NOTA INTRODUCTORIA

De la vida de San Mateo, que antes se llamaba Leví, sabemos muy poco. Era publicano, es decir, recaudador de tributos, en Cafarnaúm, hasta que un día Jesús lo llamo al apostolado, diciéndole simplemente: “Sígueme”; y Leví “levantándose le siguió” (Mt. 9, 9).

Su vida apostólica se desarrolló primero en Palestina, al lado de los otros APÓSTOLES; más tarde predicó probablemente en Etiopía (África), donde a lo que parece también padeció el martirio. Su cuerpo se venera en la Catedral de Salerno (Italia); su fiesta se celebra el 21 de setiembre.

San Mateo fue el primero en escribir la Buena Nueva en forma de libro, entre los años 40-50 de la era cristiana. Lo compuso en lengua aramea o siríaca, para los judíos de Palestina que usaban aquel idioma. Más tarde este Evangelio, cuyo texto arameo se ha perdido, fue traducido al griego.

El fin que San Mateo se propuso fue demostrar que Jesús es el Mesías prometido, porque en Él se han cumplido los vaticinios de los Profetas. Para sus lectores inmediatos no había mejor prueba que ésta, y también nosotros experimentamos, al leer su Evangelio, la fuerza avasalladora de esa comprobación.

MATEO 1

1 ss. S. Mateo da comienzo a su Evangelio con el abolengo de Jesús, comprobando con esto que Él, por su padre adoptivo, San José, desciende legalmente en línea recta de David y Abrahán, y que en Él se han cumplido los vaticinios del Antiguo Testamento, los cuales dicen que el Mesías prometido ha de ser de la raza hebrea de Abrahán y de la familia real de David. La genealogía no es completa. Su carácter compendioso se explica, según S. Jerónimo, por el deseo de hacer tres grupos de catorce personajes cada uno (cf. v. 17). Esta genealogía es la de San José, y no la de la Santísima Virgen, para mostrar que, según la Ley, José era padre legal de Jesús, y Este, heredero legal del trono de David y de las promesas mesiánicas. Por lo demás, María es igualmente descendiente de David; porque según San Lucas 1, 32, el hijo de la Virgen será heredero del trono “de su padre David”. Sobre la genealogía que trae S. Lucas, y que es la de la Virgen, véase Lc. 3, 23 y nota. Según los resultados de las investigaciones modernas hay que colocar el nacimiento de Jesús algunos años antes de la era cristiana determinada por el calendario gregoriano, o sea en el año 747 de la fundación de Roma, más o menos. Al no hacerlo así, resultaría que Herodes habría ya muerto a la fecha de la natividad del Señor, lo cual contradice las Sagradas escrituras. Ese hombre impío murió en los primeros meses del 750.

3. Tamar. Aparecen, en esta genealogía legal de Jesús, cuatro mujeres: Tamar, Racab, Betsabée y Rut, tres de las cuales fueron pecadoras (Gn. 38, 15; Jos. 2, 1 ss.; 2 Sam. 11, 1 ss.) y la cuarta moabita. S. Jerónimo dice al respecto que el Señor lo dispuso así para que “ya que venía para salvar a los pecadores, descendiendo de pecadores borrara los pecados de todos”.

16. Esposo de María: S. Ignacio y S. Jerónimo explican que fue de suma importancia que Jesús naciera de una mujer que conservando su virginidad, fuese a la vez casada, pues así quedaría velado a los ojos de Satanás el misterio de la Encarnación. Jesús (hebreo Yeschua) significa “Dios salva” (cf. v. 21). Cristo es nombre griego que corresponde al hebreo Mesías, cuyo significado es “Ungido”. En Israel se consagraban con óleo los Reyes y los Sumos Sacerdotes. Jesucristo es el Ungido por excelencia. por ser el “Rey de los Reyes” (Ap. 19, 16) y el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza (Cf. Hb. Caps. 5-10; Sal. 109, 4 y nota).

18. Entre los judíos los desposorios o noviazgo equivalían al matrimonio y ya los prometidos se llamaban, esposo y esposa.

19. No habiendo manifestado María a su esposo la aparición del Ángel ni la maravillosa concepción por obra del Espíritu Santo, San José se vio en una situación sin salida, tremenda prueba para su fe. Jurídicamente S. José habría tenido dos soluciones: 1º acusar a María ante los tribunales, los cuales, según la Ley de Moisés, la habrían condenado a muerte (Lv. 20, 10; Dt. 22, 22. 24; Jn. 8, 2 ss.); 2º darle un “libelo de repudio”, es decir, de divorcio, permitido por la Ley para tal caso. Pero, no dudando ni por un instante de la santidad de María, el santo patriarca se decidió a dejarla secretamente para no infamarla, hasta que intervino el cielo aclarándole el misterio. “¡Y qué admirable silencio el de María! Prefiere sufrir la sospecha y la infamia antes que descubrir el misterio de la gracia realizado en ella. Y si el cielo así probó a dos corazones inocentes y santos como el de José y María, ¿por qué nos quejamos de las pruebas que nos envía la Providencia?” (Mons. Ballester). Es la sinceridad de nuestra fe lo que Dios pone a prueba, según lo enseña San Pedro (1 Pe. 1, 7). Véase Sal. 16, 3 y nota.

23. Es una cita del profeta Isaías (7, 14). Con ocho siglos de anticipación Dios anuncia, aunque en forma velada, el asombroso misterio de amor de la Encarnación redentora de su Verbo, que estará con nosotros todos los días hasta la consumación del siglo (Mt. 28, 20). Será para las almas en particular y para toda la Iglesia, el “Emmanuel”: “Dios con nosotros”, por su Eucaristía, su Evangelio y por la voz del Magisterio infalible instituido por Él mismo.

25. Sin que la conociera, etc.: Éste es el sentido del texto que dice en el original: “no la conoció hasta que dio a luz”. “Hasta” significaba entre los hebreos algo así como “mientras” y expresa, como dice S. Jerónimo, únicamente lo que aconteció o no, hasta cierto momento, mas no lo que sucedió después. Véase, como ejemplo, Lc. 2,37 y lo mismo 2 Sam. 6, 23: “Micol no tuvo hijos hasta el día de su muerte”.

MATEO 2

1. Mago es el nombre que entre los persas y caldeos se daba a los hombres doctos que cultivaban las ciencias, especialmente la astronomía.

2. El rey recién nacido es a los ojos de los magos un rey universal, tal como lo daban a conocer los divinos oráculos de la Biblia que se habían ido esparciendo por el mundo de entonces (cf. Jr. 23, 5 ss.; 33, 15; Is. caps. 11, 32, 60; Ez. 37, 23 ss.). Pero no se trata para ellos de un rey como los demás, observa Fillion, “sino del rey ideal, desde tiempo atrás anunciado y prometido por Dios, que había de salvar a su pueblo y a toda la humanidad”. Véase la profecía del ángel en Lc. 1, 32; la aclamación del pueblo en Mc. 11, 10; la confesión de Pilato en Jn. 19, 19, etc.

6. Véase Mi. 5, 2; Jn. 7, 42. Betlehem o Belén, ciudad situada a 8 kms. al sur de Jerusalén. Una magnífica Basílica recuerda el nacimiento del Salvador. En la gruta, debajo, arden constantemente 32 lámparas; y una estrella señala el lugar donde nació nuestro Redentor. Sobre el símbolo de la estrella véase la profecía de Balaam en Nm. 24, 17 y Ap. 22, 16, donde Jesús mismo se da ese nombre (cf. Sal. 109, 3 y nota).

11. Como hijos de los gentiles, “reconozcamos en los magos adoradores las primicias de nuestra vocación de nuestra fe, y celebremos con corazones dilatados por la alegría los comienzos de esta dichosa esperanza; pues, desde este momento se inicia nuestra entrada en la celestial herencia de los hijos de Dios” (S. León Magno). Los dones de los magos son muy significativos: el oro simboliza la realeza; el incienso, la divinidad; la mirra, la humanidad. Se trata, pues, de una pública confesión de la divinidad del Hijo del hombre y de la realeza que había sido anunciada por el ángel (Lc. 1, 32; Sal. 71, 10 s. y notas).

14. Unas ocho o diez jornadas de camino a través del desierto separan Egipto de Palestina. San José es modelo de la virtud de la obediencia. Sin proferir excusas, tan obvias en tal trance, abandona al instante el país natal y acata en todo la santa voluntad de Dios, que para él había reservado las tareas más penosas. A su obediencia y humildad corresponde su gloria y poder en el cielo.

15. Véase Oseas 11, 1 y nota explicativa.

18. Con el versículo citado, San Mateo quiere expresar la inmensidad del dolor aludiendo a la tumba de Raquel, esposa de Jacob, sepultada en el camino de Jerusalén a Belén (Gn. 35, 19; Jr. 31, 15). Rama: localidad situada al Norte de Jerusalén y campo de concentración de los judíos que por Nabucodonosor fueron llevados al cautiverio de Babilonia (587 a. C.). “Raquel se alza de su sepulcro para llorar la partida de sus hijos a Babilonia y para mezclar sus lamentos con los de las madres de los Inocentes”. La Iglesia celebra el 28 de diciembre la memoria de éstos como flores del martirio por Cristo.

22. El Patriarca José es un envidiable prototipo de las almas interiores, habiéndose formado él mismo en la escuela de Jesús y de María. Su vida fue una vida de silencio y trabajo manual. En el taller de Nazaret, este varón justo, como lo llama el Espíritu Santo (1, 19), nos da ejemplo de una santa laboriosidad, en unión con el divino Modelo, en cuyo nombre S. Pablo nos recomienda a todos sin excepción el trabajo manual (1 Ts. 4, 11).

23. Nazaret: pequeña población de Galilea, donde nadie buscaba al Mesías. Véase v. 15; Lc. 1, 26; 2, 39; Jn. 1, 46; 8, 52; Nazareno, esto es, Nazareo o consagrado a Dios (Dt. 23, 16 y nota) y también Pimpollo (Is. 11, 1; 53, 2).

MATEO 3 

2. El reino de los cielos, o sea, el reino de Dios. La condición necesaria para entrar en ese reino es arrepentirse de los pecados y creer al Evangelio (4, 17; Mc. 1, 15), cosas ambas que Jesús resume en la pequeñez, es decir, en la infancia espiritual o la pobreza en espíritu (5, 3; 18, 1-4). Véase v. 10 y nota.

3. Véase Is. 40, 3.

6. Este bautismo no era sino una preparación de Israel para recibir al Mesías (Hch. 19, 4 y nota). Tampoco era un sacramento la confesión que los pecadores hacían, pero sí una manifestación del dolor interior, un medio eficaz para conseguir la gracia de arrepentimiento, condición del perdón.

10 ss. Aquí y en el v. 12 el Bautista señala a Jesús dispuesto a comenzar su reinado de justicia. En 11, 12 ss., el mismo Jesús nos muestra cómo ese reino será en ese entonces impedido por la violencia y cómo, aunque el Bautista vino con la misión de Elías (Mal. 4, 5 y 13 [Nota: en la Biblia de Jerusalén: Mal. 3, 23]), éste habrá de volver un día (17, 11 s.) a restaurarlo todo. Fillion hace notar la similitud de este pasaje con Mal. 3, 2 s. (véase allí la nota), donde no se trata ya del juicio sobre las naciones como en 25, 32 (cf. Jl. 3) sino de un juicio sobre su pueblo. Cf. Sal. 49, 4 ss. y notas.

14. Jesús no necesitaba del bautismo, pero queriendo cumplir toda justicia (v. 15), es decir, guardar puntualmente todas las leyes y costumbres de su pueblo, se sometió al bautismo como se había sometido a la circuncisión y demás ritos judíos.

16. En el bautismo de Jesús se manifiesta la Ssma. Trinidad: el Padre que habla del cielo, el Hijo que está en forma de hombre arrodillado a la orilla del Jordán, y el Espíritu Santo que se hace visible en forma de paloma. Cf. Lc. 3, 22; Jn. 1, 32 ss. y nota.

17. He aquí la primera revelación del más grande de los misterios: el infinito amor del Padre al Unigénito, en el cual reside toda su felicidad sin límites y por el cual, con el cual y en el cual recibe eternamente toda su gloria, como lo expresa el Canon de la Misa. Cf. sobre este amor 12, 18; 17, 5; Is. 42, 1; Jn. 3, 35; 12, 28; 2 Pe. 1, 17.

MATEO 4

1. Véase Mc. 1, 2 ss.; Lc. 4, 1 ss.

3 ss. Esta tentación se comprende sólo como humillación del Señor, quien, siendo el segundo Adán, quiso expiar así el pecado de los primeros padres. El tentador procura excitar las tres concupiscencias del hombre: la sensualidad por medio del apetito de comer, la soberbia por medio del orgullo presuntuoso, y la concupiscencia de los ojos por medio de los apetitos de riqueza, poder y goce. Preparóse Jesús para la tentación orando y ayunando. He aquí las armas más eficaces para resistir a las tentaciones. Las citas de la Sagrada Escritura corresponden a los siguientes pasajes: v. 4 a Dt. 8, 3 y Sb. 16, 26; v. 6, al Sal. 90, 11 s.; v. 7, a Dt. 6, 16; v. 10, a Dt. 6, 13.

7. “Guárdese el lector de entender que Cristo declara aquí su divinidad, diciendo a Satanás que no lo tiente a Él. Esto habría sido revelar su condición de Hijo de Dios, que el diablo deseaba vanamente averiguar. Venció Jesús al tentador con esta respuesta, enseñándonos que poner a Dios en el caso de tener que hacer un milagro para librarnos de un peligro en que nos hemos colocado temerariamente y sin motivo alguno, es pecado de presunción, o sea tentar a Dios”.

10. Por tercera vez es vencido Satanás por el poder de la Escritura. San Pedro nos reitera esta doctrina de que, para vencer al diablo, hemos de ser fuertes en la fe (1 Pe. 5, 8) y San Juan nos da igual receta para vencer al mundo, cuyo príncipe es el mismo Satanás (Jn. 14, 30). Sobre el poder de la Palabra divina, véase Lc. 22, 36 y nota; Sal. 118, 1 ss.; Ap. 12, 11.

13. Cafarnaúm, hoy Tel Hum, situada en la ribera norte del Lago de Genesaret.

15 s. Véase Is. 9, 1 s. y nota.

23. En las sinagogas de ellos: cf. Hb. 8, 4 y nota.

24. Lunáticos se llamaban los epilépticos y enfermos de similar categoría, porque su enfermedad se atribuía a la influencia de la luna.

MATEO 5

3. Pobres en el espíritu son, como observa Sto. Tomás, citando a San Agustín, no solamente los que no se apegan a las riquezas (aunque sean materialmente ricos), sino principalmente los humildes y pequeños que no confían en sus propias fuerzas y que están, como dice S. Crisóstomo, en actitud de un mendigo que constantemente implora de Dios la limosna de la gracia. En este sentido dice el Magnificat: “A los hambrientos llenó de bienes y a los ricos dejó vacíos” (Lc. 1, 53).

5. Los mansos tendrán por herencia el reino de los cielos, cuya figura era la tierra prometida. C. Sal. 36, 9; 33, 19 y nota.

8. Verán a Dios: “Los limpios de corazón son los que ven a Dios, conocen su voluntad, oyen su voz, interpretan su palabra. Tengamos por cierto que para leer la Santa Biblia, sondear sus abismos y aclarar la oscuridad de sus misterios poco valen las letras y ciencias profanas, y mucho la caridad y el amor de Dios y del prójimo” (S. Agustín).

10. Cf. Sal. 16 y sus notas.

13 ss. En las dos figuras de la sal y de la luz, nos inculca el Señor el deber de preservarnos de la corrupción y dar buen ejemplo.

16. Así brille: alguien señalaba la dulzura que esconden estas palabras si las miramos como un voto amistoso para que nuestro apostolado dé fruto iluminando a todos (cf. Jn. 15, 16), para gloria del Padre (Jn. 15, 8). Y si es un voto de Jesús ya podemos darlo por realizado con sólo adherirnos a él, deseando que toda la gloria sea para el Padre y nada para nosotros ni para hombre alguno.

17. San Pablo enseña expresamente que Jesús aceptó la circuncisión para mostrar la veracidad de Dios confirmando las promesas que Él había hecho a los patriarcas (Rm. 15, 8). Es lo que dice María en Lc. 1, 54 s.

18. La jota (yod) es en el alefato hebreo la letra más pequeña. Este anuncio lo había hecho ya Moisés a Israel, diciéndole que un día había de cumplir “todos los mandamientos que hoy te intimo” (Dt. 30, 8). Lo mismo se había prometido en Jr. 31, 33; Ez. 36, 27, etc., y sin embargo Jesús había dicho a los judíos que ninguno de ellos cumplía la Ley (Jn. 7, 19). El Redentor quiere así enseñarles que tales promesas sólo llegarán a cumplirse con Él. Cf. Ez. 44, 5 y nota.

22. Se trata aquí de fórmulas abreviadas de maldición. Se pronunciaba una sola palabra, mas el oyente bien sabía lo que era de completar. Tomado por sí solo, racá significa estúpido y necio en las cosas que se refieren a la religión y al culto de Dios. Necio es más injurioso que “racá”, porque equivale a impío, inmoral, ateo, en extremo perverso. El concilio, esto es, el Sanhedrín o supremo tribunal del pueblo judío, constaba de 71 jueces y era presidido por el Sumo Sacerdote. Representaba la suprema autoridad doctrinal, judicial y administrativa. Gehenna es nombre del infierno. Trae su origen del valle Ge Hinnom, al sur de Jerusalén, donde estaba la estatua de Moloc, lugar de idolatría y abominación (2 R. 23, 10).

24. “La misericordia del Padre es tal, que atiende más a nuestro provecho que al honor del culto” (S. Crisóstomo).

27. Véase Ex. 20, 14; Dt. 5, 10.

28. Es muy importante distinguir entre la inclinación y la voluntad. No hemos de sorprendernos de sentir el mal deseo ni tener escrúpulo de él, porque esto es lo normal; pecado sería consentir en lo que sentimos. Dios saca de él ocasión de mérito grandísimo cuando lo confesamos con plena desconfianza de nosotros mismos, y entonces nos da la fuerza para despreciarlo. Por eso Santiago (1, 12) llama bienaventuranza la tentación en el hombre recto.

29 s. Véase Lc. 24, 19 s. Por ojo derecho y por mano derecha entiende Jesucristo cualquier cosa que nos sea tan preciosa como los miembros más necesarios de nuestro cuerpo.

31 s. Véase Dt. 24, 1. Jesús suprime aquí el divorcio que estaba tolerado por Moisés, y proclama la indisolubilidad del matrimonio. Si no es por causa de fornicación: no quiere decir que en el caso de adulterio de la mujer, el marido tenga el derecho de casarse con otra, sino solamente de apartar la adúltera. El vínculo del matrimonio subsiste hasta la muerte de uno de los dos contrayentes (19, 6; Mc. 10, 11; Lc. 16, 18; Rm. 7, 2; 1 Co. 7, 10 s. y 39).

34 ss. Véase Lv. 19, 12; Nm. 30, 3; Dt. 23, 21 ss. No se prohíbe el juramento, sino el abuso de este acto solemne y santo.

38. Referencia a la Ley del Talión. Véase Dt. 19, 21; Lv. 24, 20 y Ex. 21, 24 con su nota explicativa.

40. Véase Mi. 2, 8 ss.

42. Da a quien te pide: “No digáis –observa un maestro de vida espiritual–: gasto mis bienes. Estos bienes no son vuestros, son bienes de los pobres, o más bien, son bienes comunes, como el sol, el aire y todas las cosas” (Dt. 15, 8; Si. 12, 1 s. y notas).

43. Odiarás a tu enemigo: Importa mucho aclarar que esto jamás fue precepto de Moisés, sino deducción teológica de los rabinos que “a causa de sus tradiciones habían quebrantado los mandamientos de Dios” (15, 9 ss.; Mc. 7, 7 ss.) y a quienes Jesús recuerda la misericordia con palabras del A. T. (9, 3; 12, 7). El mismo Jesús nos enseña que Yahvé –el gran “Yo soy”– cuya voluntad se expresa en el Antiguo Testamento, es su Padre (Jn. 8, 54) y no ciertamente menos santo que Él, puesto que todo lo que Él tiene lo recibe del Padre (11, 27), al cual nos da precisamente por Modelo de la caridad evangélica, revelándonos que en la misericordia está la suma perfección del Padre (5, 48 y Lc. 6,35). Esta misericordia abunda en cada página del A. T. y se le prescribe a Israel, no sólo para con el prójimo (Ex. 20, 16; 22, 26; Lv. 19, 18; Dt. 15, 12; 27, 17; Pr. 3, 28, etc.), sino también con el extranjero (Ex. 22, 21; 23, 9; Lv. 19, 33; Dt. 1, 16; 10, 18; 23, 7; 24, 14; Mal. 3, 5, etc.). Véase la doctrina de David en Sal. 57, 5 y nota. Lo que hay es que Israel era un pueblo privilegiado, cosa que hoy nos cuesta imaginar, y los extranjeros estaban naturalmente excluidos de su comunidad mientras no se circuncidaban (Ex. 12, 43; Lv. 22, 10; Nm. 1, 51; Ez. 44, 9), y no podían llegar a ser sacerdote, ni rey (Nm. 18, 7; Dt. 17, 15), ni casarse con los hijos de Israel (Ex. 34, 16; Dt. 7, 3; 25, 5; Esd. 10, 2; Ne. 13, 27). Todo esto era ordenado por el mismo Dios para preservar de la idolatría y mantener los privilegios del pueblo escogido y teocrático (cf. Dt. 23, 1 ss.), lo cual desaparecería desde que Jesús aboliere la teocracia, separando lo del César y lo de Dios. Los extranjeros residentes eran asimilados a los israelitas en cuanto a su sujeción a las leyes (Lv. 17, 10; 24, 16; Nm. 19, 10; 35, 15; Dt. 31, 12; Jos. 8, 33); pero a los pueblos perversos como los amalecitas (Ex. 17, 14; Dt. 25, 19), Dios mandaba destruirlos por ser enemigos del pueblo Suyo (cf. Sal. 104, 14 ss. y nota). ¡Ay de nosotros si pensamos mal de Dios (Sb. 1, 1) y nos atrevemos a juzgarlo en su libertad soberana! (cf. Sal. 147, 9 y nota). Aspiremos a la bienaventuranza de no escandalizarnos del Hijo (11, 6 y nota) ni del Padre (Jc. 1, 28; 3, 22; 1 Sam. 15, 2 ss). “Cuidado con querer ser más bueno que Dios y tener tanta caridad con los hombres, que condenemos a Aquel que entregó su Hijo por nosotros”.

44 s. Como se ve, el perdón y el amor a los enemigos es la nota característica, del cristianismo. Da a la caridad fraterna su verdadera fisonomía, que es la misericordia, la cual, como lo confirmó Jesús en su Mandamiento Nuevo (Jn. 13, 34 y 15, 12), consiste en la imitación de su amor misericordioso. El cristiano, nacido de Dios por la fe, se hace coheredero de Cristo por la caridad (Lv. 19, 18; Lc. 6, 27; 23, 34; Hch. 7, 59; Rm. 12, 20).

48. Debe notarse que este pasaje se complementa con el de Lc. 6, 36. Aquí Jesús nos ofrece como modelo de perfección al Padre Celestial, que es bueno también con los que obran como enemigos suyos, y allí se aclara y confirma que, en el concepto de Jesús, esa perfección que hemos de imitar en el divino Padre, consiste en la misericordia (Ef. 2, 4; 4, 32; Col. 3, 13). Y ¿por qué no dice aquí imitar al Hijo? Porque el Hijo como hombre es constante imitador del Padre, como nos repite tantas veces Jesús (Jn., 5, 19 s. y 30; 12, 44 s. y 49; etc.), y adora al Padre, a quien todo lo debe. Sólo el Padre no debe a nadie, porque todo y todos proceden de Él (Jn. 14, 28 y nota).

MATEO 6

2. No toques la bocina: Contraste con Nm. 10, 10. El Padre Celestial no necesita ya de esta advertencia, según vemos en el v. 4.

3. Tu izquierda, es decir que no hemos de huir tan sólo de la ostentación ante los demás, sino también de la propia complacencia que mostraba el fariseo del templo (Lc. 18, 11 s.).

6 s. Dios, que quiere ser adorado en espíritu y en verdad (Jn. 4, 23), nos muestra aquí, por boca de su Hijo y Enviado, que el valor de la oración estriba esencialmente en la disposición del corazón más que en las manifestaciones exteriores. Cf. 15, 8; Is. 1, 11 y nota.

8. Lo sabe ya el Padre: Es ésta una inmensa luz para la oración ¡Cuán fácil y confiado no ha de volverse nuestro ruego, si creemos que Él ya lo sabe, y que todo lo puede, y que quiere atendernos pues su amor está siempre vuelto hacia nosotros! (Ct. 7, 10), y esto aunque hayamos sido malos, según acabamos de verlo (5, 45-48). Es más aún: Jesús no tardará en revelarnos que el Padre nos lo dará todo por añadidura (v. 32-34) si buscamos su gloria como verdaderos hijos.

9 ss. El Padre Nuestro es la oración modelo por ser la más sencilla fórmula para honrar a Dios y entrar en el plan divino, pidiéndole lo que Él quiere que pidamos, que es siempre lo que más nos conviene. Véase Lc. 11, 2. Orar así es colocarse en estado de la más alta santidad y unión con el Padre, pues no podríamos pensar ni desear ni pedir nada más perfecto que lo dicho por Jesús. Claro está que todo se pierde si la intención del corazón –que exige atención de la mente– no acompaña a los labios. Véase 15, 8. Santificado, etc.: toda la devoción al Padre –que fue la gran devoción de Jesús en la tierra y sigue siéndolo en el cielo donde Él ora constantemente al Padre (Hb. 7, 25)–está en este anhelo de que el honor, la gratitud y la alabanza sean para ese divino Padre que nos dio su Hijo. Tu Nombre: en el Antiguo Testamento: Yahvé; en el Nuevo Testamento: Padre. Véase Jn. 17, 6; cf. Ex. 3, 14; Lc. 1, 49.

10. No se trata como se ve, del Cielo adonde iremos, sino del Reino de Dios sobre la tierra, de modo que en ella sea obedecida plenamente la amorosa voluntad del Padre, tal como se la hace en el Cielo. ¿Cómo se cumplirá tan hermoso ideal? Jesús parece darnos la respuesta en la Parábola de la Cizaña (13, 24-30 y 36-43). Véase 24, 3-13; Lc. 18, 8; 2 Ts. 2, 3 ss.

11. Supersubstancial, esto es, sobrenatural. Así traducen San Cirilo y San Jerónimo. Sin embargo, hay muchos expositores antiguos y modernos que vierten: “cotidiano”, o de “nuestra subsistencia”, lo que a nuestro parecer no se compagina bien con el tenor de la Oración dominical, que es todo sobrenatural. Este modo de pedir lo espiritual antes de lo temporal coincide con la enseñanza final del Sermón (v. 33), según la cual helaos de buscar ante todo el reino de Dios, porque todo lo demás se nos da “por añadidura”, es decir, sin necesidad de pedirlo.

12. Perdonamos: esto es declaramos estar perdonando desde este momento. No quiere decir que Dios nos perdone según nosotros solemos perdonar ordinariamente, pues entonces poco podríamos esperar por nuestra parte. El sentido es, pues: perdónanos como perdonemos, según se ve en el v. 14.

13. Aquí como en 5, 37, la expresión griega “Apó tu ponerú”, semejante a la latina “a malo” y a la hebrea “min hará”, parece referirse, como lo indica Joüon, antes que al mal en general al Maligno, o sea a Satanás, de quien viene la tentación mencionada en el mismo versículo. La peor tentación sería precisamente la de no perdonar, que S. Agustín llama horrenda, porque ella nos impediría ser perdonados, según vimos en el v. 12 y la confirman el 14 y el 15. Véase 18, 35; Mc. 11, 25; Jn. 17, 15. Tentación (en griego peirasmós, de peira, prueba o experiencia) puede traducirse también por prueba. Con lo cual queda claro el sentido: no nos pongas a prueba, porque desconfiamos de nosotros mismos y somos muy capaces de traicionarte. Este es el lenguaje de la verdadera humildad, lo opuesto a la presunción de Pedro. Véase Lc. 22, 33 (cf. Martini). Esto no quita que Él pruebe nuestra fe (1 Pe. 1, 7) cuando así nos convenga (St. 1, 12) y en tal caso “fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados más allá de vuestras fuerzas” (1 Co. 10, 13).

14. ¡Es, pues, enorme la promesa que Jesús pone aquí en nuestras manos! ¡Imaginemos a un juez de la tierra que dijese otro tanto! Pero ¡ay! si no perdonamos, porque entonces nosotros mismos nos condenamos en esta oración (cf. 5, 43-48). Es decir, que si rezaran bien un solo Padrenuestro los que hacen las guerras, éstas serían imposibles. ¡Y aun se dice que estamos en la civilización cristiana!

16. El ayuno no era, como hoy, parcial, sino que consistía en la abstinencia total de todas las comidas y bebidas durante el día. Era, pues, una verdadera privación, una auténtica señal de penitencia, que practicaban también los primeros cristianos, principalmente el viernes de cada semana, por ser el día en que “el Esposo nos fue quitado” (9, 15).

21. Jesús nos da aquí una piedra de toque para discernir en materia de espiritualidad propia y ajena. El que estima algo como un tesoro, no necesita que lo fuercen a buscarlo. Por eso San Pablo nos quiere llevar por sobre todo al conocimiento de Cristo (Ef. 4, 19). Una vez puesto el corazón en Él, es seguro que el mundo ya no podrá seducirnos. Véase 13, 44 ss.

22. Estas palabras se refieren a la recta intención o simplicidad del corazón, tan fundamental según toda la Escritura. “Dios, dice S. Bernardo, no mira lo que hacéis, sino con qué voluntad lo hacéis”. Véase Sb. 1, 1 ss. y nota. Cf. Lc. 11, 34 y nota.

24. Para poder entender el sentido literal, en el cual se encierra la profunda enseñanza espiritual de este texto, necesitamos ver detenidamente qué entiende Jesús por el uno y el otro. El primero es Dios, y el otro es Mammón, nombre que significa la personificación de las riquezas. De esto resulta que el que ama las riquezas, poniendo en ellas su corazón, llega sencillamente a odiar a Dios. Terrible verdad, que no será menos real por el hecho de que no tengamos conciencia de ese odio. Y aunque parezca esto algo tan monstruoso, es bien fácil de comprender si pensamos que en tal caso la imagen de Dios se nos representará día tras día como la del peor enemigo de esa presunta felicidad en que tenemos puesto el corazón; por lo cual no es nada sorprendente que lleguemos a odiarlo en el fondo del corazón, aunque por fuera tratemos de cumplir algunas obras, vacías de amor, por miedo de incurrir en el castigo del Omnipotente. En cambio, el segundo caso nos muestra que si nos adherimos a Dios, esto es, si ponemos nuestro corazón en Él, mirándolo como un bien deseable y no como una pesada obligación, entonces sentiremos hacia el mundo y sus riquezas, no ya odio, pero sí desprecio, como quien posee oro y desdeña el cobre que se le ofrece en cambio. Santo Tomás sintetiza esta doctrina diciendo que el primer fruto del Evangelio es el crecimiento en la fe, o sea en el conocimiento de los atractivos de Dios; y el segundo, consecuencia del anterior, será el desprecio del mundo, tal como lo promete Jesús en este versículo.

25. Quiere decir: si lo que vale más (la vida y el cuerpo) me ha sido dado gratis y sin que yo lo pidiese, ¿cómo no ha de dárseme lo que vale menos, esto es el alimento para esa vida y el vestido para ese cuerpo? Es el mismo argumento que usa San Pablo en el orden espiritual: Dios que no perdonó a su propio Hijo y lo entregó por nosotros ¿cómo no habría de darnos con ti todos los bienes? (Rm. 8, 32).

26. Véase un argumento análogo en Is. 40, 25-31, donde el divino Padre se queja de que se le mire como malo e indiferente ante nuestras necesidades.

27. A su estatura: otros traducen: a su vida. Continuando el divino Maestro con su maravillosa dialéctica, nos presenta aquí la cuestión bajo un nuevo aspecto: No sólo es cierto que el Padre Celestial es quien nos lo da todo gratuitamente, y que en Él hemos de confiar con más razón que los despreocupados pajarillos, sino también que, aun cuando pretendamos alardear de suficiencia y poner gran esfuerzo en nuestras iniciativas, seremos del todo impotentes si Él no obra, pues que nada podemos ni aún en aquello que nos parece más nuestro, como es la propia vida y la propia estatura. Véase Sal. 126 y notas.

29. Como uno de ellos. Notemos que aquí nos da el Señor, de paso, una lección fundamental de estética, e inculca el amor a la naturaleza al mostrarnos la superioridad de las bellezas que su Padre nos dio, sobre todas las que puede elaborar el hombre; y así los pintores clásicos estudiaban la ciencia del colorido en flores y plumajes de aves. Todos habremos observado que, cuando estamos bien de salud y con el organismo descongestionado, nuestros ojos descubren esplendores nuevos en la luz y el color. Pensemos, pues, qué bellezas no vería en ellos la Humanidad santísima de Jesús, el ideal del hombre perfecto en todo sentido.

31. En Jn. 6, 27, nos muestra Jesús cuál es el alimento por que hemos de preocuparnos.

32. Vuestro Padre sabe. Véase vers. 8 y nota.

33. Todo el orden económico del cristianismo está resumido en esta solemne promesa de Jesús. Su conocimiento y aceptación bastaría para dar solución satisfactoria a todos los problemas sociales. La justicia, según la Sagrada Escritura, no ha de entenderse en el sentido jurídico de dar a cada uno lo suyo, sino en el de la justificación que viene de Dios (Rm. 3, 25 s.; 10, 3 ss. y 30 ss.; Fil. 3, 9), y de la santidad, que consiste en el cumplimiento de la divina Ley. Véase Sal. 4, 6 y nota; Hb. 13, 5. Cf. Lc. 18, 9 ss. y nota.

34. A cada día le basta su propia pena: Suavísima revelación que solemos mirar como un molesto freno a nuestros impulsos de dominar el futuro, cuando debiera al contrario llenarnos de alegría. Porque si el Amo para el cual se destinan todos nuestros trabajos y el Dueño de nuestra vida nos dice que de este modo le gusta más ¿por qué hemos de empeñarnos en obrar de otro modo más difícil. Pensemos cuán grande tendría que ser la maldad de quien así nos habla si sus promesas no fueran seguras. ¡Porque ello significaría privarnos de la prudencia humana, para que luego nos quedásemos sin una cosa ni otra! ¿Es esto compatible con la compasión y riqueza de bondad que vemos derrochar a cada paso de la vida de Jesús? Sobre esta suavidad de Dios que nos presenta la sabiduría como una serenidad inquebrantable y muy superior a la sofrosyne de los griegos porque cuenta con la infalible intervención de una Providencia paternal, véase Sal. 36, 4 ss.; 111, 7; Jn. 14, 1 y 27, etc.

MATEO 7

1. Se prohíbe el juicio temerario. S. Agustín observa al respecto: “Juzguemos de lo que está de manifiesto, pero dejemos a Dios el juicio sobre las cosas ocultas” (Lc. 6, 37; Rm. 2, 1). Hay en este sentido una distinción fundamental entre el juicio del prójimo que nos está absolutamente prohibido, y el juicio en materia de espíritu que nos es recomendado por S. Juan, S. Pablo y el mismo Señor (7, 15; 1 Jn. 4, 1; 1 Ts. 5, 21; Hch. 17, 11; 1 Co. 2, 15).

2. Es la regla del Padre Nuestro (6, 12 ss.). Importa mucho comprender que Cristo, al pagar por pura misericordia lo que no debía en justicia (Sal. 68, 5 y nota), hizo de la misericordia su ley fundamental y la condición indispensable para poder aprovechar del don gratuito que la Redención significa; esa Redención, sin la cual todos estamos irremisiblemente perdidos para siempre. Dedúcese de aquí, con carácter rigurosamente jurídico, una gravísima consecuencia, y es que Dios tratará sin misericordia a aquellos que se hayan creído con derecho a exigir del prójimo la estricta justicia. Bastará que el divino Juez les aplique la misma ley de justicia sin misericordia, para que todos queden condenados, ya que “nadie puede aparecer justo en su presencia” (Sal. 142, 2). Véase la “regla de oro” (v. 12) y la Parábola del siervo deudor (18, 21 ss.). S. Marcos (4, 24) añade a este respecto una nueva prueba de la generosidad de Dios.

3 ss. Véase en la nota a Lc. 6, 42 el hondo sentido de este pasaje.

6. El Evangelio es semilla. No debe darse por la fuerza a quienes tienen el espíritu mal dispuesto por la soberbia, pues sólo conseguiríamos que lo profanasen y aumentasen su odio. Porque, como dice S. Juan de la Cruz, sólo a los que negando los apetitos se disponen para recibir el espíritu, les es dado apacentarse del mismo. Véase Pr. 29, 9 y nota. Os despedacen: Véase Hch. 7, 54 y nota.

7 s. Sobre estas inefables promesas en favor de la oración, que Jesús hace tan reiteradamente, y que nosotros miramos con tan poca fe, véase 21, 22; Mc. 11, 24; Lc. 11, 9; Jn. 14, 13; St. 1, 6 y 4, 3, etc.

11. A los que le pidan: es decir que, no obstante saber bien el Padre cuanto necesitamos (6, 32), se goza en recibir el pedido de sus hijos. Dará cosas buenas: véase Lc. 11, 13.

12. Es la regla de oro que Jesús nos ofrece para guía de nuestra conducta. Nótese su carácter positivo, en tanto que el Antiguo Testamento la presentaba en forma negativa (Tob. 4, 16; Lc. 6, 31; Hch. 15, 29).

14. Por el camino estrecho no pueden pasar sino los pequeños. Es éste un nuevo llamado a la humildad y al amor, el cual nos hace cumplir los mandamientos. Véase Lc. 13, 24 y nota.

15. Jesús, como buen Pastor (Jn. 10, 1-29), nos previene aquí bondadosamente contra los lobos robadores, cuya peligrosidad estriba principalmente en que no se presentan como antirreligiosos, sino al contrario “con piel de oveja”, es decir, “con apariencia de piedad” (2 Tm. 3, 5) y disfrazados de servidores de Cristo (2 Co. 11, 12 ss.). Cf. Lc. 6, 26; 20, 45; Jn. 5, 43; 7, 18; 21, 15; Hch. 20, 29; 1 Jn. 2, 19; Rm. 15, 17 s., etc. Para ello nos habilita a fin de reconocerlos, pues sin ello no podríamos aprovechar de su advertencia. Cf. Jn. 7, 17; 10, 4, 8 y 14.

21. Entendamos bien lo que significa hacer su voluntad. Si buscamos, por ejemplo, que un hombre no le robe a otro, para que la sociedad ande bien, y no para que se cumpla la voluntad de Dios, no podemos decir que nuestra actitud es cristiana. Ese descuido de la fe sobrenatural nos muestra que hay una manera atea de cumplir los mandamientos sin rendir a Dios el homenaje de reconocimiento y obediencia, que es lo que Él exige. ¡Cuántas veces los hombres que el mundo llama honrados, suelen cumplir uno u otro precepto moral por puras razones humanas sin darse cuenta de que el primero y mayor de los mandamientos es amar a Dios con todo nuestro ser!

22. En aquel día: el día del juicio, llamado también “el día del Señor”, “el día grande”, “día de Cristo”, “día de ira”. Cf. Sal. 117, 24; Is. 2, 12; Ez. 30, 3 y notas; Jl. 1, 15; Ab. 15; Sof. 1, 7; Rm. 2, 5; 1 Co. 3, 13; 2 Co. 1, 14; Fil. 1, 6 y 10; 2 Pe. 3, 12; Judas 6.

23. Terribles advertencias para los que se glorían de ser cristianos y no viven la doctrina de Jesucristo, Véase Jr. 14, 14 ss., donde el profeta de Dios habla contra los falsos profetas y sacerdotes que abusan del nombre del Señor.

MATEO 8

4. De testimonio: para que los sacerdotes reconocieran el milagro hecho por Él, y certificaran legalmente la curación.

5. El centurión del ejército romano mandaba a cien soldados. Aquí se trata de un militar al servicio de Herodes Antipas, tetrarca de Galilea.

8. Palabras de humildad incorporadas a la Liturgia de la santa Misa.

17. Véase Is. 53, 4.

20. El Hijo del hombre: Es el título con que Jesucristo se presentaba como Mesías Rey según el profeta Daniel lo había aplicado en Dn. 7, 13 (Joüon). –¡No tiene dónde reclinar la cabeza! Jesús hace aquí ostentación de su pobreza, como todo amigo y todo esposo que no quiere ser buscado por su fortuna sino por su atractivo y afecto preferente hacia su propia persona (cf. Lc. 9, 57 ss.). ¡Y qué mayor atractivo que ese mismo, de ver que Aquel por quien y para quien fueron hechas todas las cosas, careció de todas –desde el pesebre a la cruz– despreciándolas por amor nuestro y mirándonos a nosotros, a cada uno de nosotros, como su único tesoro, como el más preciado de todos los dones que el Padre le hizo! (Jn. 10, 29 y nota). La suavidad de este asombroso amor es tanto más irresistible cuanto que lo vemos guardar luego esa pobreza para Él solo, en tanto que todo lo temporal lo da por añadidura (6, 33) a quienes lo acepten a Él y deseen ese Reino en el cual nos promete sentarnos a su mesa (Lc. 22, 29 s.).

28. Gadara, ciudad situada al este del mar de Galilea. Marcos (5, 1) dice “Gerasa”; Lucas (8, 26), “Gergesa”; Vulg.: “Gerasa”.

34. Los gadarenos representan a los que rechazan la luz de Cristo, pidiéndole “que se retire de su país”, o sea de sus casas y corazones, porque aman más las tinieblas que la luz (Jn. 3, 19). Cf. Lc. 8, 36 s.

MATEO 9

6. Sanando primero el alma, Jesús nos enseña que ésta vale más que el cuerpo. No se olvide, pues, la preparación espiritual de los enfermos. Cf. St. 5, 14 s.

11. Véase Lc. 5, 32 y nota; 15, 2 ss.; Jn. 6, 37.

13. Véase Os. 6, 6; 1 Re. 15, 22; Si. 35, 24.

15. El Esposo de esta parábola es el mismo Jesús; sus amigos, los apóstoles, no podían ayunar como si hicieran duelo por su presencia. En las bodas de los judíos los amigos solían acompañar al esposo cuando éste salía al encuentro de la esposa (Mt. 25, 1-13; Jn. 3, 29). Sobre el ayuno véase 6, 16 y nota.

18. Un magistrado: según Mc. 5, 22, uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. No se dice si éste, como autoridad religiosa, admitía las enseñanzas de Jesús. Lo que sí vemos, es que recurre a Él cuando necesita de sus milagros.

22. Es una máxima del reino de Dios: “Dios resiste a los soberbios, y da su gracia a loa humildes” (St. 4, 6). La fe humilde y confiada que dio eficacia a la oración de la enferma, es condición indispensable de toda oración (St. 4, 3 ss.).

27. Hijo de David, esto es, en el sentir de los judíos, el Mesías prometido. Cf. 1, 1 ss. y nota.

36. Cf. Sal. 13, 4 y nota.

37. La parábola de la mies y de los obreros tiene para nosotros el sentido de que faltan obreros en la Viña de Dios: sacerdotes y laicos celosos, llenos de espíritu de apostolado. Jesús enseña que estos obreros se han de pedir al Padre, porque sólo Él es quien hace el llamado. Véase 15, 13; Jn. 6, 37 y 44; 1 Tm. 5, 22. Rogad: quizá quiere Jesús que se unan a su oración por los doce que va a llamar en seguida (10, 1 s.).

MATEO 10

2. Pedro, en arameo Kefa, esto es, piedra, llamado así porque a él será entregada la primacía (16, 17-19; Lc. 22, 31 s.; Jn. 21, 15-17).

4. Iscariote, es decir, hombre de Cariot, pueblo ubicado cerca de Jerusalén (Jos. 15, 25).

5. Gentiles y samaritanos, no son excluidos del reino de Dios; sin embargo, quería Jesús evangelizar primero las ovejas perdidas de su propio pueblo, y después a los demás. Véase Is. 9, 1 y nota.

6. Cf. 15, 24; 28, 19; Lc. 24, 47. Después de Pentecostés S. Pedro abrió la puerta a los gentiles (Hch. 10) para ser “injertados” en el tronco de Israel (Rm. 11, 11-24) y manifestó que ello era a causa de la incredulidad de la Sinagoga (ibíd. 30 s.) y así lo confirmó el Concilio de Jerusalén (Hch. 15). Más tarde el pueblo judío de la Dispersión rechazó también la predicación apostólica y entonces Pablo les anunció que la salvación pasaba a los gentiles (Hch. 28, 23 ss.) y desde la prisión escribió a los Efesios sobre el Misterio del Cuerpo Místico (Ef. 1, 22), escondido desde todos los siglos (Ef. 3, 9; Col. 1, 26), por el cual los gentiles son llamados a él (Ef. 3, 6), no habiendo ya diferencia alguna entre judío y gentil.

9 s. En estas palabras se contiene una exhortación a amar y practicar la pobreza, un llamado especial que Dios hace a los religiosos y sacerdotes que se dedican al sagrado ministerio. Jesús manda, tanto a los apóstoles, como a los discípulos (Lc. 10, 4), que no lleven bolsa, ni alforja, ni dinero, confiando en la eficacia propia de la divina Palabra, cuya predicación es el objeto por excelencia del apostolado, según se nos muestra en la despedida de Jesús (28, 19 s.; Mc. 16, 15); en la conducta de los Doce después de Pentecostés (Hch. 6, 2) y en las declaraciones de S. Pablo (1 Co. 1, 17; 9, 16).

12. Esta costumbre, todavía hoy mantenida en Oriente, de darse el saludo La paz sea contigo, era seguida fielmente por los primeros cristianos. ¡Qué bien sería restaurarla según lo enseña aquí el Maestro! Saludar, en lenguaje pagano, es desear la salud. En lenguaje cristiano, es desear la paz, que es cosa del alma. Cf. Lc. 1, 28 y nota.

16. Como ovejas en medio de lobos: He aquí el sello que nos permite en todos los tiempos reconocer a los discípulos. Un humilde predicador, atacado por un poderoso que defendía el brillo mundano de sus posiciones sacudidas por la elocuencia del Evangelio, se limitó a dar esta respuesta: “Una sola cosa me interesa en este caso, y es que Jesús no vea en mí al lobo sino al cordero”. Como las serpientes: Entre tos pueblos de Oriente la serpiente era símbolo de la prudencia y de las ciencias ocultas. Nótese, con S. Gregorio Magno, que el Señor recomienda la unión de la prudencia con la sencillez. Ésta para con Dios y aquélla para con los hombres, como vemos en el v. 17 y ss.

19. Cf. Lc. 21, 14 y nota.

23. La venida del Hijo del hombre es, indudablemente, el retorno de Jesús al fin de los tiempos, y no podemos pensar que tal expresión se refiera a la ruina de Jerusalén, que ocurrió cuarenta años más tarde. La profecía de Jesús se cumplió ya en parte al pie de la letra, puesto que los apóstoles, rechazados en su predicación, hubieron de abandonar la Palestina sin evangelizar todas sus ciudades, lo cual, por tanto, ni se hizo entonces ni se ha hecho después. Las palabras del divino Maestro significaban, pues, una prevención a los apóstoles de que Israel no los recibiría favorablemente, prevención que Jesús les da a fin de que no se sorprendan al ser rechazados. Cf. Hch. 13, 46 y nota. S. Hilario refiere este pasaje a la conversión final de Israel, con motivo de la Parusía.

24. El discípulo no es mejor que su maestro: He aquí una de esas palabras definitivas de Jesús, que debieran bastar para que nunca jamás aceptásemos la menor honra. ¿Tuvo honores el Maestro? No, tuvo insultos. Luego si Él no los tuvo, no debe buscarlos nadie porque nadie es más que Él. Véase Lc. 6, 40; Fil. 2, 7 y nota.

25. Beelzebul (Dios de las moscas) es un nombre despectivo que los judíos daban a Satanás o a alguno de los príncipes de los demonios (2R. 1, 2).

27. Cf. Hch. 28, 23 y nota.

28. Gehena: infierno. Véase 5, 22; I Jn. 4, 18 y notas.

29. Por un as, moneda que en tiempos de Cristo equivalía a 1/16 de denario, unos cinco centavos argentinos.

34. La verdad es como una espada. No puede transigir con las conveniencias del mundo. Por eso los verdaderos discípulos de Jesucristo serán siempre perseguidos. El Señor no envía sus elegidos para las glorias del mundo sino para las persecuciones, tal como Él mismo ha sido enviado por su Padre. Cf. Jn. 17, 18; Lc. 12, 51 s.; 22, 36 y nota.

38. Cf. 16, 24 ss.

39. Quien halla su vida, esto es, quien se complace en esta peregrinación y se arraiga en ella como si fuera la verdadera vida. Ese tal, ya habrá tenido aquí “sus bienes” como dijo Jesús al Epulón (Lc. 16, 25) y no le quedará otra vida que esperar. Véase el ejemplo de los Recabitas en Jr. 35. Otros traducen: “quien conserva su alma”, esto es, quien pretende salvarse por su propio esfuerzo, sin recurrir al único Salvador, Jesús. Véase Lc. 14, 26 ss.; 17, 33 y notas.

40. A Mí me recibe: Jesús mismo vive en sus discípulos; es lo que da su significación a este comportamiento. Y cuando Jesús habla del “ethos” de la relación filial con Dios, de la actitud abierta y sin reservas frente al Padre y del amor fraterno recíproco que ha de unir a los hijos de Dios, el sentido de esta actitud se fundamenta asimismo partiendo de la persona de Jesús. “El que por Mí recibiere a un niño como este, a Mí me recibe; y el que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en Mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le arrojaran al fondo del mar” (Mt. 18, 5-6) (Guardini).

42. Si los que sólo apagan la sed física de un discípulo de Cristo, obtendrán su recompensa ¿cuánto más la recibirán los ministros de Cristo que apaguen en las almas la sed de verdad?

MATEO 11

3. El que viene, esto es, el Mesías, rey de Israel, anunciado por los profetas. Véase Jn. 6, 14; 11, 27 y nota. En el v. 5 Jesús se presenta con las palabras con que lo anunciara Isaías (Is. 35, 5; 61, 1 y notas). Y como bien sabía Él que había de ser rechazado, expresa en el v. 6 la bienaventuranza de aquellos que excepcionalmente no hallaren en Él un tropiezo.

5. En vez de larga respuesta, Jesús muestra a los enviados los prodigios que estaba obrando cuando ellos llegaron, y les prueba de este modo que Él es el Mesías, en quien se han cumplido las profecías (Is. 35, 5 s.; 61, 1).

6. Dichoso el que no se escandalizare de Mí: Es decir, dichoso el que sabe reconocer que las precedentes palabras de Isaías sobre el Mesías Rey se cumplen realmente en Mí (cf. Lc. 4, 21 y nota), y no tropieza y cae en la duda como los demás, escandalizado por las apariencias de que soy un carpintero (Mt. 13, 55; Mc. 6, 3), y porque aparezco oriundo de Nazaret siendo de Belén (Mt. 21, 11; Jn. 7, 41 y 52), y porque mi doctrina es contraria a la de los hombres tenidos por sabios y virtuosos, como los fariseos. Dichoso el que cree a pesar de esas apariencias, porque ve esas obras que Yo hago (Jn. 10, 33; 14, 12) y esas palabras que ningún otro hombre dijo (Jn. 7, 46), y juzga con un juicio recto y no por las apariencias (Jn. 7, 24). Porque los que dudan de los escritos de Moisés y de los Profetas (Jn. 5, 46) no creerían aunque un muerto resucitara y les hablase. (Lc. 16, 31). ¡Y esto les pasó aún a los apóstoles con el mismo Jesús resucitado! (Lc. 24, 11). Dichoso el que sabe reconocer, en esa felicidad hoy anunciada a los pobres y cumplida en estos milagros, las profecías gloriosas sobre el Mesías Rey que, junto con dominar toda la tierra (Sal. 71, 8), tiene esa predilección que Yo demuestro por los pobres (Sal. 71, 12 ss.; Lc. 4, 18). Dichoso, en fin, el que, al pie de la Cruz, siga creyendo todavía, como Abrahán, contra toda esperanza (Rm. 4, 18), como creyó mi Madre (Lc. 1, 45; Jn. 19, 25 y nota) y comprenda las Escrituras según las cuales era necesario que el Mesías padeciese mucho, muriese y resucitase (Lc. 24, 26 s. y 45 s.; Jn. 11, 51 s.; Hch. 3, 22 y nota). Por eso nadie puede ir a Jesús si no le atrae especialmente el divino Padre (Jn. 6, 44), porque es demasiado escandaloso el misterio de un Dios víctima de amor (1 Co. 1, 23). Por eso muchas veces, aunque nos decimos creyentes, no creemos, porque somos como el pedregal (Mt. 13, 21). Véase Lc. 7, 23 y nota.

11. Es decir: Juan es el mayor de los profetas del antiguo Testamento, pero la nueva alianza, el Reino de Jesucristo, será tan superior que cualquiera en él será mayor que Juan porque Él lo constituirá sobre todos sus bienes (24, 46 s.; Hb. 8, 8 s.). En cuanto a la Iglesia, fundada cuando Israel rechazó el reino del Mesías (cf. 16, 16 ss.; Rm. 11, 12 y 15 y notas), vemos cuán privilegiada es desde ahora nuestra situación de verdaderos hijos de Dios y hermanos de Jesús. Véase Jn. 1, 11-12; 11, 52; Ef. 1, 5 y notas, etc.

12. Según algunos, los que no hacen violencia a Dios con su confianza inquebrantable, no entrarán en el reino de los cielos. Otros exégetas toman estas palabras en sentido profético, refiriéndolas a las persecuciones que el Reino de Dios ha de sufrir en la tierra. Véase Lc. 16, 16 y nota. Se apoderan de él: así también Buzy y la Biblia Pirot. Cf. 23, 13.

14. Muchos consideraban al Bautista como el profeta Elías, el cual, conforme a la profecía de Malaquías (4, 5), ha de volver al mundo. Véase 17, 11 y nota.

19. Véase Lc. 7, 35 y nota. La Sabiduría increada es el mismo Verbo divino que se hizo carne. Sus obras le dan testimonio, como Él mismo lo dijo muchas veces (Jn. 10, 37 s.; 12, 37-40; 15, 22-25).

21 s. Corazín y Betsaida eran ciudades vecinas a Cafarnaúm. Las tres son aquí maldecidas por su incredulidad e infidelidad a los privilegios de que se gloriaban (cf. 7, 23; Lc. 13, 27). Tiro y Sidón: dos ciudades paganas de Fenicia.

25. El Evangelio no es privilegio de los que se creen sabios y prudentes, sino que abre sus páginas a todos los hombres de buena voluntad, sobre todo a los pequeñuelos, esto es, a los pobres en el espíritu y humildes de corazón, porque “aquí tienen todos a Cristo, sumo y perfecto ejemplar de justicia, caridad y misericordia, y están abiertas para el género humano, herido y tembloroso, las fuentes de aquella divina gracia, postergada la cual y dejada a un lado, ni los pueblos ni sus gobernantes pueden iniciar ni consolidar la tranquilidad social y la concordia” (Pío XII en la Encíclica “Divino Afflante Spiritu”).

28. No sólo los muy agobiados; también todos los cargados, para que la vida les sea llevadera.

29. Nótese que no dice que soy manso, sino porque soy manso. No se pone aquí como modelo, sino como Maestro al cual debemos ir sin timidez, puesto que es manso y no se irrita al vernos tan torpes.

30. El adjetivo griego “jrestós” que Jesús aplica a su yugo, es el mismo que se usa en Lc. 5, 39 para calificar el vino añejo. De ahí que es más exacto traducirlo por “excelente”, pues “llevadero” sólo da la idea de un mal menor, en tanto que Jesús nos ofrece un bien positivo, el bien más grande para nuestra felicidad un temporal, siempre que le creamos. El yugo es para la carne mala, mas no para el espíritu, al cual, por el contrario, Él le conquista la libertad (Jn. 8, 31 s.; 2 Co. 3, 17; Ga. 2, 4; St. 2, 12). Recordemos siempre esta divina fórmula, como una gran luz para nuestra vida espiritual. El Evangelio donde el Hijo nos da a conocer las maravillas del Eterno Padre, es un mensaje de amor, y no un simple código penal. El que lo conozca lo amará, es decir, no lo mirará ya como una obligación sino como un tesoro, y entonces sí que le será suave el yugo de Cristo, así como el avaro se sacrifica gustosamente por su oro, o como la esposa lo deja todo por seguir a aquel que ama. Jesús acentúa esta revelación en Jn. 14, 23 s., al decir a San Judas Tadeo que quien lo ama observará su doctrina y el que no lo ama no guardará sus palabras, Tal es el sentido espiritual de las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa (13, 44 ss.). Del conocimiento viene el amor, esto es, la fe obra por la caridad (Ga. 5, 6). Y si no hay amor, aunque hubiera obras, no valdrían nada (1 Co. 13, 1 ss.). Todo precepto es ligero para el que ama, dice S. Agustín; amando, nada cuesta el trabajo: Ubi amatur, non laboratur.

MATEO 12

4. Alude Jesús a la historia que se refiere en el primer libro de los Reyes 21, 16. Los panes de la proposición, son los doce panes que cada semana se colocaban como sacrificio en la mesa de oro en el Santo del Templo. Véase Lv. 24, 5 ss.

7. Véase 9, 13; Os. 6, 6; Si. 35, 4.

18. Los vers. 18-21 son una cita tomada de Isaías 42, 1-4 y 41, 9. Véase Mt. 3, 17; 17, 5.

19. Nadie oirá su voz en las plazas: Vemos aquí que los frutos que permanecen no son los de un apostolado efectista y ruidoso. Véase Jn. 15, 16 y nota. “El bien no hace ruido y el ruido no hace bien” (S. Francisco de Sales).

24. Sobre Beelzebul véase 10, 25 y nota.

31 ss. El pecado de los fariseos consiste en atribuir al demonio los milagros que hacía Jesús y en resistir con obstinación a la luz del Espíritu Santo, que les mostraba el cumplimiento de las profecías en Cristo. Es el pecado de cuantos, también hoy, se escandalizan de Él y se resisten a estudiarlo. Cf. 11, 6 y nota.

34. La boca habla de la abundancia del corazón: La lengua es el espejo del corazón. La boca del justo es un canal de vida (Pr. 10, 11), mas la lengua del impío es una cloaca llena de cieno. Véase Ef. 4, 29; 5, 4-6; St. 1, 26; 3, 6 y 8; Pr. 12, 14; Si. 21, 29. S. Agustín lo aplica a Jesús y dice que el Evangelio es la boca por donde habla su corazón.

40. Alude a su resurrección. Véase 27, 60; 28, 5.

42. La reina de Sabá, que vino del Mediodía para ver a Salomón (1 R. 10, 1-13).

46. La voz hermano comprende entre los judíos también a los primos y otros parientes. Los llamados hermanos de Jesús son sus primos: Santiago el Menor, Simón, Judas Tadeo y José el Justo, hijos de Cleofás o Alfeo.

47. Admiremos la modestia silenciosa de la divina Madre que se queda afuera, esperando de pie, para no distraer a Jesús en su predicación.

MATEO 13

1. Véase Mc. 4, 1 ss.; Lc. 8, 4 ss.

3. Parábola, término griego que significa “comparación”. Las del Señor nos hacen comprender de una manera insuperable las verdades de la fe sobrenatural. Más que todas las explicaciones científicas, son las parábolas el medio apropiado para instruir a los de corazón recto, sean letrados o ignorantes, aunque se explica que a aquéllos les sea más difícil hacerse enseñables (11, 25; Jn. 6, 45; 8, 43; 1 Co. 1, 22 ss.; 2, 14; 2 Co. 10, 5). Como a los ricos en bienes (Lc. 18, 25), a los que se sienten ricos de pensamiento les cuesta mucho hacerse “pobres en el espíritu” (5, 3 y nota). Por eso las parábolas de Jesús son mucho menos comprendidas de lo que creemos (v. 11 y 57). Cf. Lc. 1, 53.

9. Jesús usa esta expresión cuando quiere llamar nuestra atención sobre algo muy fundamental o muy recóndito para la lógica humana. Con respecto a esta parábola, Él muestra en efecto que ella contiene una enseñanza básica, pues nos dice (Mc. 4, 13) que el que no la entiende no podrá entender las demás.

12. Es una ley en la economía del Reino que una gracia traiga otra, y que se pierdan por un pecado también los méritos antes obtenidos; si bien, como observa San Ambrosio, el perdón hace renacer los méritos perdidos, en tanto que los pecados borrados desaparecen para siempre. ¡Tal es la misericordia de la Ley de la Gracia a que estamos sometidos!

14 s. Véase Is. 6, 9 s.; Jn. 12, 40; Hch. 28, 26 s.

19. No la comprende. Es decir que no hay excusa para no comprenderla, puesto que el Padre la descubre a los pequeños más aún que a los sabios (11, 25). El que no entiende las palabras de Jesús, dice S. Crisóstomo, es porque no las ama. Ya se arreglaría para entenderlas si se tratase de un negocio que le interesase. Porque esas palabras no son difíciles, sino profundas. No requieren muchos talentos sino mucha atención (v. 23; Lc. 6, 47 y nota).

23. La comprende: Ahí está todo (v. 19 y 51). El que se ha dejado penetrar por la virtud sobrenatural de las palabras del Evangelio, queda definitivamente conquistado en el fondo de su corazón, pues experimenta por sí mismo que nada puede compararse a ellas (Jn. 4, 42; Sal. 118, 85 y nota). De ahí el fruto que ya aseguraba David en Sal. 1, 1 ss.

24. La parábola de la cizaña encierra la idea de que hay y habrá siempre el mal junto al bien y que la completa separación de los malos y de los buenos no se realizará hasta el fin del siglo, cuando Él vuelva (v. 39 ss.). Muestra también la santidad de la Iglesia, pues que subsiste a pesar del enemigo.

30. Dejadlos crecer, etc.: La paciencia del Padre Celestial espera, “porque hay muchos que antes eran pecadores y después llegan a convertirse” (S. Agustín) y para que por los malos se pruebe la virtud de los buenos, porque “sin las persecuciones no hay mártires” (S. Ambrosio). Véase sobre esto 2 Pe. 3, 9: Ap. 6, 10 s.

31 s. Cf. Lc. 13, 18 ss. y nota.

33. Escondió: San Crisóstomo y otros hacen notar que no se dice simplemente que “puso” sino que lo hizo en forma que quedara oculta. Según suele explicarse, la mujer simbolizaría a la Iglesia; la levadura, la Palabra de Dios; la harina, a los hombres, de manera que así como la levadura va fermentando gradualmente la harina, así la fe iría compenetrando no solamente todo el ser de cada hombre, sino también a toda la humanidad. Pero las interpretaciones difieren mucho en este pasaje que San Jerónimo llama discurso enigmático de explicación dudosa. San Agustín opina que la mujer representa la sabiduría; S. Jerónimo, la predicación de los apóstoles o bien la Iglesia formada de diferentes naciones. Según S. Crisóstomo, la levadura son los cristianos, que cambiarán el mundo entero; según Rábano Mauro es la caridad, que va comunicando su perfección al alma toda entera, empezando en esta vida y acabando en la otra; según S. Jerónimo, es la inteligencia de las Escrituras; según otros, es el mismo Jesús. Las tres medidas de harina que, según S. Crisóstomo, significan una gran cantidad indeterminada, según San Agustín representan el corazón, el alma y el espíritu (22, 37), o bien las tres cosechas de ciento, de sesenta y de treinta (v. 23), o bien los tres hombres justos de que habla Ezequiel: Noé, Daniel y Job (Ez. 14, 14); según S. Jerónimo, podrían ser también las tres partes del alma que se leen en Platón: la razonable, la irascible y la concupiscible; según otros, sería la fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo; según otros, la Ley, los Profetas y el Evangelio; según otros, las naciones salidas de Sem, de Cam y Jafet. Santo Tomás trae a este respecto una observación de S. Hilario, según el cual “aunque todas las naciones hayan sido llamadas al Evangelio, no se puede decir que Jesucristo haya estado en ellas “escondido”, sino manifiesto, ni tampoco puede decirse que haya fermentado toda la masa”. Por eso conviene buscar la solución de otra manera. Fillion hace notar que la levadura es mencionada en otros pasajes como símbolo de corrupción, sea de la doctrina, sea de las costumbres (16, 6 y 12; 1 Co. 5, 6 ss.; Ga. 5, 9; cf. Ag. 2, 11 ss.), y Cornelio a Lapide explica por qué lo fermentado estaba prohibido, tanto en los sacrificios como en la Pascua (Ex. 12, 15; 13, 7; Lv. 2, 11; 6, 17; 10, 12, etc.) y expresa que por levadura se entiende la malicia, significando místicamente vicio y astucia. Añade que la levadura de los fariseos mataba las almas y que Cristo manda a los suyos cuidarse de esto, no en cuanto enseñaban la Ley, sino en cuanto la viciaban con sus vanas tradiciones. No faltan expositores que prefieren aquí este sentido, por su coincidencia con la Parábola de la cizaña que va a continuación. Cf. Lc. 13, 21 y nota.

35. Véase Sal. 77, 2.

44. El tesoro es la fe y la gracia que vienen del Evangelio, como lo dice Benedicto XV. El mismo Pontífice aplica esta parábola a los que se dedican al estudio de la Sagrada Escritura y alega como ejemplos a los dos grandes Doctores Agustín y Jerónimo, que en su dicha de haber encontrado el tesoro de la divina Palabra se despidieron de los placeres del mundo (Encicl. “Spiritus Paraclitus”). Véase 6, 21 y nota.

45. Perla fina es llamado el reino de los cielos para indicar que quien lo descubre en el Evangelio, lo prefiere a cuanto pueda ofrecer el mundo. Otra interpretación de gran enseñanza espiritual es que Jesús dio todo lo que tenía por la Iglesia y por cada alma (Ga. 2, 20) que para Él es una perla de gran valor (Jn. 10, 39; Cf. 4, 1; 7, 11 y notas). Así se ha dado también a estas parábolas un sentido profético, aplicando la perla preciosa a la Iglesia y el tesoro escondido a Israel, por cuya caída Él extendió su obra redentora a toda la gentilidad. Cf. Rm. 11, 11 y 15.

47. La red es la Iglesia visible con sus apóstoles encargados de reunir en uno a los hijos de Dios (Jn. 11, 52), pescando en el mar que es el mundo. En esta parábola nos muestra Cristo, como en la del banquete (22, 8-14), la existencia de buenos y malos dentro de esa Iglesia, hasta el día en que los ángeles hagan la separación y Jesús, celebrando sus Bodas con el Cuerpo místico, arroje del festín a los que no tenían el traje nupcial.

49. Santo Tomás dice que es de notar que Jesús expone la parábola sólo en cuanto a los malos, y luego observa que esos malos están entre los buenos como está la cizaña en medio del trigo (y la levadura en medio de la masa), tratándose por tanto aquí de los que no están separados de la Iglesia por diversidad de dogmas sino de los que hacen profesión de pertenecer a ella. Vemos así que no es ésta una repetición de la parábola de la cizaña, pues allí el campo no es la Iglesia sino todo el mundo (v. 38), mientras que aquí la red de pescar se refiere a la Iglesia apostólica formada por aquellos que “echaban la red en el mar, pues eran pescadores” (4, 18), y a quienes Jesús hizo “pescadores de hombres” (ibid. 19).

51 s. ¿Habéis entendido todo esto? Santo Tomás muestra cómo, según Jesús, la inteligencia de todas esas parábolas –más misteriosas de lo que parecen– es necesaria para “todo escriba que ha llegado a ser discípulo del Reino” (v. 52; cf. vv. 19 y 23 y notas; Mc. 4, 13). De esa manera será semejante al Dueño de casa, que es el mismo Jesús, a quien deben parecerse sus discípulos (10, 23) y el cual saca de su tesoro (v. 52) eternas verdades del Antiguo Testamento y misterios nuevos que Él vino a revelar, tanto sobre su venida a predicar el “año de la reconciliación”, cuanto sobre su retorno en el “día de la venganza” (Lc. 4, 17-21; Is. 61, 1 s.). El mismo Jesús confirma esto en Lc. 24, 44. Por donde, dice San Agustín, debéis entender de modo que las cosas que se leen en el A. T. sepáis exponerlas a la luz del Nuevo. Vemos, pues, aquí el conocimiento que el cristiano y principalmente el apóstol han de tener de todos los misterios revelados por Cristo y que se refieren tanto a sus padecimientos cuanto a su futuro triunfo (1 Pe. 1, 11).

54 s. Su patria: Nazaret. Sus hermanos: cf. 12, 46 y nota.

57. He aquí el gran misterio de la ceguera, obra del príncipe de este mundo que es el padre de la mentira (Jn. 8, 44) y cuyo poder es “de la tiniebla” (Lc. 22, 53). Veían lo admirable de su sabiduría y la realidad de sus milagros (v. 54) y en vez de alegrarse y seguirlo o al menos estudiarlo... se escandalizaban. Y claro está, como tenían que justificarse a sí mismos, sus parientes decían que era loco, y los grandes maestros enseñaban que estaba endemoniado (Mc. 3, 21-22). Por esto es que Él hablaba en parábolas (vv. 10-17), para que no entendieran sino los simples que se convertirían (cf. 11, 25 ss.). Los otros no habrían podido oír la verdad sin enfurecerse, como sucedió cuando entendieron la parábola de los viñadores (Mc. 12, 12 ss.). Por eso es Jesús “signo de contradicción” (Lc. 2, 34) y lo seremos también sus discípulos (Jn. 15, 20 ss.): a causa del “misterio de la iniquidad” o sea del poder diabólico (2 Ts. 2, 7 y 9) cuyo dominio sobre el hombre conocemos perfectamente por la tragedia edénico. (véase Sb. 2, 24 y nota) y cuyo origen se nos ha revelado también, aunque muy “arcanamente”, en la rebelión de los ángeles, que algunos suponen sucedió en el momento situado entre Gn. 1, 1 y 2. Cf. nuestro estudio sobre Job y el misterio del mal, del dolor y de la muerte.

MATEO 14

1. Herodes Antipas, hijo de aquel cruel Herodes que mató a los niños de Belén. Tetrarca, indica que tenía sólo la cuarta parte del reino de su padre.

3. San Juan había increpado a Herodes por haberse casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, en vida de éste.

9. Herodes no estaba obligado a cumplir un juramento tan contrario a la Ley divina y fruto del respeto humano. S. Agustín, imitando a San Pablo (1 Co. 4, 4 s.), decía: “Pensad de Agustín lo que os plazca; todo lo que deseo, todo lo que quiero y lo que busco, es que mi conciencia no me acuse ante Dios”. Cf. Sal. 16, 2 y nota.

19. Como Jesucristo, así también nosotros hemos de bendecir la comida rezando y levantando el corazón al Padre de quien procede todo bien. Véase 1 Tm. 4, 3-5; Hch. 2, 46 y nota.

23. Jesús se retiraba cada vez que podía (véase Mc. 1, 35; Lc. 5, 16; 6, 12; 9, 18, y 28; Jn. 6, 3, etc.) para darnos ejemplo y enseñarnos que el hombre que quiere descubrir y entender las cosas de Dios tiene que cultivar la soledad. No porque sea pecado andar en tal o cual parte, sino que es simplemente una cuestión de atención. Porque no se puede atender a un asunto importante cuando se está distraído por mil bagatelas (cf. Sb. 4, 12). No es otro el sentido de la semilla que cae entre abrojos (Mt. 13, 22). Cualquiera sabe y comprende, por ejemplo, que el que tiene novia necesita una gran parte de su tempo para visitarla, escribirle, leer sus cartas, ocuparse de lo que a ella le interesa, etc. Si pretendiésemos que esto no es lo mismo y que hay otras cosas más importantes, o que nos apremian más que nuestra relación con Dios, no entenderemos jamás la verdad, ni sabremos defender nuestros intereses reales, ni gozar de la vida espiritual, ni aprovechar de los privilegios en los cuales Dios, que todo lo puede, da por añadidura todo lo demás a quien le hace el honor de prestarle atención a Él (Mt. 6, 33). Pues Él nos enseña a poner coto a nuestros asuntos temporales, porque al que maneja muchos negocios le irá mal en ellos (Si. 11, 10 y nota), y además caerá en los lazos del diablo (1 Tm. 6, 9). Las maravillas de Dios, que consisten principalmente en el amor que nos tiene, no pueden verse sino en la soledad interior. Compárese el azul diáfano del cielo en el cenit con el color grisáceo que tiene más abajo, en el horizonte, cuando se acerca a esta sucia tierra.

MATEO 15

1 ss. Véase el pasaje paralelo en Mc. 7, 1-23.

3. “Meditando cosas como éstas –dice un piadoso obispo alemán– descubrimos con saludable humildad, aunque no sin dolorosa sorpresa, cuán lejos del espíritu de Jesucristo solemos estar nosotros y nuestro mundo de cosas que llamamos respetables, cuyo más fuerte apoyo está en la soberbia que busca la gloria de los hombres”. Cf. Denz. 190.

4. Cf. Ex. 20, 12; 21, 17; Lv. 20, 9; Dt. 5, 16; Pr. 20, 20; Ef. 6, 2.

5. Los fariseos pretendían que sus ofrendas dadas al Templo los librasen de cuidar de sus padres, siendo que ante Dios esto constituía otra obligación distinta y no menos grave que aquélla, según el cuarto mandamiento. Cf. Mc. 7, 10 ss.

8. Véase Is. 29, 13. Cf. 2 Co. 4, 18 y nota.

13. Sobre el sentido de esta sentencia, cf. 9, 37 y nota.

24. Con la aparente dureza de su respuesta, el Señor prueba la fe de la cananea, mostrando a la vez que su misión se limita a los judíos: cf. 10, 6 y nota. Pronto veremos que el lenguaje del Maestro pasa a la mayor dulzura, haciendo un admirable elogio de aquella mujer, cuya fe había querido probar. Cf. 1 Pe. 1, 7.

30. Véase 11, 5; Mc. 7, 31 ss.

39. Magadán, situada, según San Jerónimo, al este del mar de Galilea; según otros, al norte de Tiberíades, o sea en la orilla N. O. del Lago.

MATEO 16

3. Las señales de los tiempos: el cumplimiento de las profecías mesiánicas, los milagros y la predicación de Jesús. Como por el arrebol pueden opinar sobre el tiempo que ha de hacer, así podrían reconocer la llegada del Mesías por el cumplimiento de los vaticinios. (Cf. 24, 32 ss.; Mc. 13, 28 ss.; Lc. 21, 29 ss.).

12. Sobre levadura véase 13, 33 y nota.

13. Cesarea de Filipo, hoy día Baniás, situada en el extremo norte de Palestina, cerca de una de las fuentes del Jordán.

18. Pedro (Piedra) es, como lo dice su nombre, el primer fundamento de la Iglesia de Jesucristo (véase Ef. 2, 20), que los poderes infernales nunca lograrán destruir. Las llaves significan la potestad espiritual. Los santos Padres y toda la Tradición ven en este texto el argumento más fuerte en pro del primado de S. Pedro y de la infalible autoridad de la Sede Apostólica. “Entretanto, grito a quien quiera oírme: estoy unido a quienquiera lo esté a la Cátedra de Pedro” (S. Jerónimo).

20. Como señala Fillion, las palabras de este pasaje marcan “un nuevo punto de partida en la enseñanza del Maestro”. Cf. Jn. 17, 11; 18, 36. Desconocido por Israel (v. 14), que lo rechaza como Mesías-Rey para confundirlo con un simple profeta, Jesús termina entonces con esa predicación que Juan había iniciado según “la Ley y los Profetas” (Lc. 16, 16; Mt. 3, 10; Is. 35, 5 y notas) y empieza desde entonces (v. 21) a anunciar a los que creyeron en Él (v. 15 s.) la fundación de su Iglesia (v. 18) que se formará a raíz de su Pasión, muerte y resurrección (v. 21) sobre la fe de Pedro (v. 16 ss.; Jn. 21, 15 ss.; Ef. 2, 20), y que reunirá a todos los hijos de Dios dispersos (Jn. 11, 52; 1, 11-13), tomando también de entre los gentiles un pueblo para su nombre (Hch. 15, 14) ; y promete Él mismo las llaves del Reino a Pedro (v. 19). Éste es, en efecto, quien abre las puertas de la fe cristiana a los judíos (Hch. 2, 38-42) y luego a los gentiles (Hch. 10, 34-46). Cf. 10, 6 y nota.

23. Así como los apóstoles en general, tampoco San Pedro llegó a comprender entonces el pleno sentido de la misión mesiánica de Jesús, que era inseparable de su Pasión. Vemos así que el amor de Pedro era todavía sentimental, y continuó siéndolo hasta que recibió al Espíritu Santo el día de Pentecostés. Esto explica que en Getsemaní abandonase a Jesús y luego lo negase en el palacio del pontífice.

24. Entonces, es decir, vinculando con lo que precede. Conviene notar aquí el contraste de Jesús con el mundo. Éste, siguiendo al pagano Séneca, nos recomienda, como una virtud, el “Afírmate”. Jesús, sin el cual nada podemos, nos dice, en cambio: “Niégate” (para que Yo te afirme). No nos dice: Resignate a la desdicha, sino al revés: Hazte niño confiado y obediente, entrégate como hijo mimado, y Yo te daré el gozo mío (Jn. 17, 13); tendrás cuanto pidas (Mc. 11, 24) y mi Padre velará para que nada te falte (6, 33).

28. Algunos discuten el sentido de este pasaje. La opinión de San Jerónimo y San Crisóstomo, que refieren estas palabras a la Transfiguración de Jesús, la cual es una visión anticipada de su futura gloria, está abonada por lo que dicen los apóstoles (Jn. 1, 14; 2 Pe. 1, 16-19). Véase Mc. 8, 38y 9, 1; Lc. 9. 27.

MATEO 17

3. En la interpretación de los Santos Padres, Moisés representa la Ley Antigua, y Elías a los Profetas. Ambos vienen a dar testimonio de que Jesús es el verdadero Mesías, en quien se cumplen todos los divinos oráculos dados a Israel. Cf. 16, 20 y nota.

5. Escuchadlo: “Si a cualquier pueblo, culto o salvaje, se dijera que la voz de un dios había sido escuchada en el espacio, o que se había descubierto un trozo de pergamino con palabras enviadas desde otro planeta... imaginemos la conmoción y el grado de curiosidad que esto produciría, tanto en cada uno como en la colectividad. Pero Dios Padre habló para decirnos que un hombre era su Hijo, y luego nos habló por medio de ese Hijo y enviado suyo (Hb. 1, 1 ss.) diciendo que sus palabras eran nuestra vida. ¿Dónde están, pues, esas palabras? y ¡cómo las devorarán todos! Están en un librito que se vende a pocos céntimos y que casi nadie lee. ¿Qué distancia hay de esto al tiempo anunciado por Cristo para su segunda venida, en que no habrá fe en la tierra ?” (P. d’Aubigny).

11 s. Jesús no lo niega, antes bien les confirma que la misión de Juan es la de Elías. Pero les hace notar, en 11, 11-15 que su misión mesiánica sería rechazada por la violencia, y entonces Elías tendrá que volver al fin de los tiempos como precursor de su triunfo. Cf. Lc. 1, 17; 16, 16; Mal. 3, 1; 4, 5.

20 s. Falta de fe: en griego apistía. Algunos códices dicen: poca fe (oligopistía). La Vulgata dice: incredulidad. Lo que el Señor agrega en este v. y lo que dijo en el v. 17 parece confirmar esta versión, lo mismo que el paralelo de Lc. 17, 6. El v. 21, que va entre corchetes, falta en el Codex Vaticanus y todo el contexto de este pasaje muestra, como hemos visto, que se trata más bien de una lección de fe. Pásate de aquí allá, etc.: según S. Crisóstomo, Cristo quiere enseñarnos la eficacia de la fe que vence todos los obstáculos. Las “montañas” más grandes son las conversiones de almas que Dios permite hacer a aquellos que tienen una fe viva. Cf. Lc. 17, 6.

MATEO 18

1 ss. Sobre este punto fundamental cf. Lc. 1, 49 ss.; Mc. 10, 14 s. y notas. “Si el valor de una conducta se mide por el premio, aquí está la principal. ¡Y pensar que la pequeñez es lo que menos suele interesarnos!”.

3. Si no volviereis, etc.: todos hemos sido niños. El volver a serlo no puede extrañarnos, pues Jesús dice a Nicodemo que hemos de nacer de nuevo (Jn. 3, 3 ss.). “¡Ser niño! He aquí uno de los alardes más exquisitos de la bondad de Dios hacia nosotros. He aquí uno de los más grandes misterios del amor, que es uno de los puntos menos comprendidos del Evangelio, porque claro está que si uno no siente que Dios tiene corazón de Padre, no podrá entender que el ideal no esté en ser para Él un héroe, de esfuerzos de gigante, sino como un niñito que apenas empieza a hablar. ¿Qué virtudes tienen esos niños? Ninguna, en el sentido que suelen entender los hombres. Son llorones, miedosos, débiles, inhábiles, impacientes, faltos de generosidad, y de reflexión y de prudencia; desordenados, sucios, ignorantes y apasionados por los dulces y los juguetes. ¿Qué méritos puede hallarse en semejante personaje? Precisamente el no tener ninguno, ni pretender tenerlo robándole la gloria a Dios como hacían los fariseos (cf. Lc. 16, 15; 18, 9 ss.; etc). Una sola cualidad tiene el niño, y es el no pensar que las tiene, por lo cual todo lo espera de su padre”.

5 s. A Mí me recibe: cf. 10, 40 y 25, 40. Recompensa incomparable de quienes acogen a un niño para educarlo y darle lo necesario “en nombre de Jesús”; y máxima severidad (v. 6) para los que corrompen a la juventud en doctrina o conducta. Escándalo es literalmente todo lo que hace tropezar, esto es, a los que creen, matando su fe en Él, o deformándola.

7. Forzoso: inevitable, en un mundo cuyo príncipe es Satanás, el hallar tropiezo y tentación para nuestra naturaleza harto mal inclinada (cf. 1 Co. 11, 19). Pero ¡ ay del que nos tiente! y ¡ ay de nosotros si tentamos! Grave tema de meditación frente a las modas y costumbres de nuestro tiempo.

8 s. Manos, pies, ojos: Quiere decir que debemos renunciar aún a lo más necesario para evitar la ocasión de pecado. “Huye del pecado como de la vista de una serpiente, porque si te arrimas a él te morderá” (Si. 21, 2). San Pablo enseña a dejar aún lo lícito cuando puede escandalizar a un ignorante (1 Co. 8, 9 ss. y notas).

10. En esto se funda la creencia en los Angeles Custodios.

11. Éste v., cuyo sentido no se descubre aquí, falta en varios códices. Sin duda es una glosa a los vv. 12 ss. tomada de Lc. 19, 10.

14. Literalmente: “Así no hay voluntad delante de vuestro Padre celestial que se pierda”, etc. El verdadero sentido según el contexto se ve mejor invirtiendo la frase: “Es voluntad... que no se pierda”. Así lo demuestra esta parábola de la oveja descarriada. Véase Lc. 15, 1 ss. y notas.

15. Las palabras “contra ti” faltan en los mejores códices y proceden quizá del v. 21 o de Lc. 17, 4. Buzy y otros modernos las suprimen. Cf. Lv. 19, 17; Dt. 19, 17; 1 Co. 6, 1 ss.

17. “Por lo cual los que están separados entre sí por la fe o por el gobierno no pueden vivir en este único cuerpo (Iglesia) y de este su único Espíritu” (Pío XII, Encíclica del Cuerpo Místico). Cf. 1 Co. 5, 3 ss.

18. Los poderes conferidos a S. Pedro (16, 19) son extendidos a todos los apóstoles (vv. 1, 17 y 19 s.); sin embargo, no habrá conflicto de poderes, ya que Pedro es la cabeza visible de la Iglesia de Cristo, pues sólo él recibió “las llaves del reino de los cielos”. Véase Jn. 20, 22 ss.; Hch. 9, 32. Cf. Hch. 2, 46; Col. 4, 15.

19. De entre vosotros: A todos los que queremos ser sus discípulos nos alcanzan estas consoladoras palabras.

20. Grandiosa promesa: Jesús es el centro y el alma de tan santa unión y el garante de sus frutos.

22. Es decir: siempre. Dedúcese de aquí la misericordia sin límites, con que Dios perdona, puesto que Jesús nos presenta a su Padre como modelo de la misericordia que nosotros hemos de ejercitar (Lc. 6, 35 s.).

24. Diez mil talentos: más de 50 millones de pesos.

28. Cien denarios: menos de cien pesos, esto es, una suma enormemente inferior a la que debía él a su amo.

35. Aplicación de la quinta petición del Padre Nuestro. Véase 6, 14 s.

MATEO 19

4 ss. Véase Gn. 1, 27; 2, 24; 1 Co. 6, 16; 7, 10; Ef. 5, 31; Dt. 24, 1-4; Mt. 5, 31 y nota.

12. La virginidad es el camino más perfecto, pero no todos son llamados a él, porque no somos capaces de seguirlo sin una asistencia especial de la gracia divina. Véase 1 Co. 7, 5.

14. Muchas veces nos exhorta Jesús a la infancia espiritual, porque ella es el camino único para llegar a Él (18, 3). Santa Teresa del Niño Jesús extrajo esta espiritualidad como esencia del Evangelio y Benedicto XV la llama “el secreto de la santidad”.

16 ss. Véase Lc. 18, 18 ss. y notas. Acerca de lo bueno; en S. Lucas: ¿Por qué me llamas bueno? En ambos casos Él nos enseña que la bondad no es algo en sí misma, como norma abstracta, sino que la única fuente y razón de todo bien es Dios y lo bueno no es tal en cuanto llena tal o cual condición, sino en cuanto coincide con lo que quiere el divino Padre (cf. Sal. 147, 9 y nota). “Alejémonos hermanos queridísimos, de esos innovadores que no llamaré dialécticos sino heréticos, que en su extrema impiedad sostienen que la bondad por la cual Dios es bueno, no es Dios mismo. Él es Dios, dicen, por la divinidad, pero la divinidad no es el mismo Dios. ¿Tal vez es ella tan grande que no se digna ser Dios, ya que es ella quien lo hace a Dios?” (S. Bernardo).

26. Para Dios todo es posible: ¡Qué inmenso consuelo para cuantos sentimos nuestra indignidad! Notemos que no dice esto el Señor aludiendo a la omnipotencia que Dios tiene como Autor y Dueño de la creación, sino a su omnipotencia para dar la gracia y salvar a quien Él quiera, según su santísima voluntad. ¡Qué felicidad la nuestra al saber que esa voluntad es la de “un Padre dominado por el amor”! (Pío XII). Cf. Rm. 9, 15 ss.

28. En la regeneración: esto es, en la resurrección; según S. Crisóstomo, en la regeneración y renovación del mundo en el día del Juicio. Cf. Lc. 22, 30; Jn. 5, 24; Hch. 3, 21; Rm. 8, 19 ss.; 1 Co. 6, 2 s.; 2 Pe. 2, 4; Jud. 14; Ap. 20, 4; 21, 1 y notas. Doce tronos: en Lc. 22, 28, no se fija el número.

29. Véase Mc. 10, 30. Como se ve, estas recompensas extraordinarias no son prometidas, como a veces se cree, por toda obra de misericordia, sino para los que se entregan plenamente a Jesús, dentro de la vida religiosa o aún fuera de ella. Cf. Lc. 18, 29 s.

MATEO 20

1 s. El padre de familia, Dios, invita al apostolado en su viña. El día de trabajo es la vida; el denario, el reino de los cielos. Llama la atención el hecho de que todos reciban “el mismo salario”, aún los últimos. Es que el reino de los cielos no puede dividirse, y su participación es siempre un don libérrimo de la infinita misericordia de Dios (Lc. 8, 47; 15, 7).

12. El peso del día: El que así habla es como el de la parábola de las minas que pensaba mal de su Señor y que por eso no pudo servirlo bien, porque no lo amaba (Lc. 19, 21-23). El yugo de Jesús es “excelente” (11, 30) y los mandamientos del Padre “no son pesados” (1 Jn. 5, 3), sino dados para nuestra felicidad (Jr. 7, 23) y como guías para nuestra seguridad (Sal. 24, 8). El cristiano que sabe estar en la verdad frente a la apariencia, mentira y falsía que reina en este mundo tiranizado por Satanás, no cambiaría su posición por todas las potestades de la tierra. Esta parábola de los obreros de la viña nos enseña, pues, a pensar bien de Dios (Sb. 1, 1). El obrero de la última hora pensó bien puesto que esperó mucho de Él (cf. Lc. 7, 47 y nota), y por eso recibió lo que esperaba (Sal. 32, 22). Esto que parecería alta mística, no es sino lo elemental de la fe, pues no puede construirse vínculo alguno de padre a hijo si éste empieza por considerarse peón y creer que su Padre le quiere explotar como a tal.

15. Nótese el contraste entre el modo de pensar de Dios y el de los hombres. Estos sólo avaloran la duración del esfuerzo. Dios en cambio aprecia, más que todo, las disposiciones del corazón. De ahí que el pecador arrepentido encuentre siempre abierto el camino de la misericordia y del perdón en cualquier trance de su vida (Jn. 5, 40; 6, 37).

16. Así: es decir, queda explicado lo que anticipó en 19, 30. Sin duda la Parábola señalaba la vocación de nosotros los gentiles, no menos ventajosa por tardía. En ella el Corazón de Dios se valió también de las faltas de unos y otros para compadecerse de todos (Rm. 11, 30-36); y lo más asombroso aún es que igual cosa podamos aprovechar nosotros en la vida espiritual, para sacar ventajas de nuestras faltas que parecieran cerrarnos la puerta de la amistad con nuestro Padre. Véase Lc. 7, 41 ss.; 15, 11 ss.; Rm. 8, 28; Col. 4, 5 y nota.

20 ss. Los hijos de Zebedeo, los apóstoles Juan y Santiago el Mayor. La madre se llamaba Salomé El cáliz (v. 22) es el martirio. “Creía la mujer que Jesús reinaría inmediatamente después de la Resurrección y que Él cumpliría en su primera venida lo que está prometido para la segunda” (S. Jerónimo). Cf. Hch. 1, 6 s. En realidad, ni la mujer ni los Doce podían tampoco pensar en la Resurrección, puesto que no habían entendido nada de lo que Jesús acababa de decirles en los vv. 31 ss., como se hace notar en Lc. 18, 34. Véase 18, 32 y nota.

23. No es cosa mía. Véase expresiones semejantes en Mc. 13, 32; Jn. 14, 28; Hch. 1, 7 y notas. Cf. Jn. 10, 30; 16, 15; 17, 10.

25. Véase Lc. 22, 25 y nota.

26 ¡No será así entre vosotros! (cf. Mc. 10, 42; Lc. 22, 25 ss.). Admirable lección de apostolado es ésta, que concuerda con la de Lc. 9, 50 (cf. la conducta de Moisés en Nm. 11, 26.29), y nos enseña, ante todo, que no siendo nuestra misión como la del César (23, 17) no hemos de ser intolerantes ni querer imponer la fe a la fuerza por el hecho de ser una cosa buena (cf. Ct. 3, 5; 2 Co. 1, 23; 6, 3 ss.; 1 Ts. 2, 11; 1 Tm. 3, 8; 2 Tm. 4; 1 Pe. 5, 2 s.; 1 Co. 4, 13, etc.), como que la semilla de la Palabra se da para que sea libremente aceptada o rechazada (Mt. 13, 3). Por eso los apóstoles, cuando no eran aceptados en un lugar, debían retirarse a otro (10, 14 s. y 12; Hch. 13, 51; 18, 6) sin empeñarse en dar “el pan a los perros” (7, 6). Pero al mismo tiempo, y sin duda sobre eso mismo, se nos enseña aquí el sublime poder del apostolado, que sin armas ni recursos humanos de ninguna especie (10, 9 s. y nota), con la sola eficacia de las Palabras de Jesús y su gracia consigue que no ciertamente todos –porque el mundo está dado al Maligno (1 Jn. 5, 19) y Jesús no rogó por él (Jn. 17, 9)–, pero sí la tierra que libremente acepta la semilla, dé fruto al 30, al 60 y al 100 por uno (13, 23; Hch. 2, 41; 13, 48, etc.).

28. Al saber esto los que, siendo hombres miserables, tenemos quienes nos sirvan ¿no trataremos de hacérnoslo perdonar con la caridad hacia nuestros subordinados, usando ruegos en vez de órdenes y viendo en ellos, como en los pobres, la imagen envidiable del divino Sirviente? (Lc. 22, 27). Nótese que esto, y sólo esto, es el remedio contra los odios que carcomen a la sociedad. En rescate por muchos, esto es, por todos. “Muchos” se usa a veces en este sentido más amplio. Cf. 24, 12; Mc. 14, 24.

MATEO 21

1. Betfagé: Un pequeño pueblo situado entre Betania y Jerusalén. El Monte de los Olivos o “monte Olivete” está separado de Jerusalén por el valle del Cedrón.

3. Los necesita: cf. Lc. 19, 31 y nota.

5. Sión se llamaba en la antigüedad la colina en que estaba el Templo. Hija de Sión: la ciudad de Jerusalén. Notable cita de Is. 62, 11, en que se suprime el final de dicho v. y se añade en cambio el final de Za. 9, 9, en tanto que el final del primero es referido en Ap. 22, 12. Cf. Is. 40, 10 y nota.

9. Hosanna es una palabra hebrea que significa: ¡ayúdanos! (¡oh Dios!) y que se usaba para expresar el júbilo y la alegría. El término “Hijo de David” es auténticamente mesiánico. Véase 9, 27. Cf. Mc. 11, 10; Lc. 19, 38; Jn. 12, 13. Como se ve, todos los evangelistas han registrado, usando expresiones complementarias, esta memorable escena en que se cumplió lo previsto en Dn. 9, 25. Según los cálculos rectificados por el P. Lagrange, ella ocurrió el 2 de abril del año 30, cumpliéndose así en esa profecía de Daniel la semana 69 (7 + 62) de años hasta la manifestación del “Cristo Príncipe”, o sea 483 años proféticos, de 360 días (como los de Ap. 12, 6 y 14) –que equivalen exactamente a los 475 años corrientes según el calendario juliano– desde el edicto de Artajerjes 1º sobre la reconstrucción de Jerusalén (Ne. 2, 1-8) dado en abril del 445 a.C.

13. Véase Is. 56, 7; Jr. 7, 11. Cf. Mc. 11, 15-18; Lc. 19, 45-47; Jn. 2, 14-16.

16. Véase Sal. 8, 3.

19. La higuera seca simboliza al pueblo judío que rechazó a Jesús y por eso fue rechazado él mismo (cf. Lc. 13, 6 ss.). En sentido más amplio nos muestra a todos los hombres que por tener una fe muerta no dan los frutos propios de la fe (7, 16). Cf. St. 2, 18 y nota.

21. Véase sobre este importante problema 17, 20 y nota.

23 ss. Apreciemos esta lección de independencia espiritual que nos da el Maestro de toda humildad y mansedumbre. La timidez no es virtud; antes bien suele venir de la vanidad preocupada de agradar a los hombres. Cf. Ga. 1, 10.

28. El primero de los dos hijos es el tipo de los que honran a Dios con los labios, pero cuyo corazón está lejos de Él (15, 8); el segundo es el hombre que, sobrecogido de los remordimientos de su conciencia, se arrepiente y se salva. “El remordimiento, dice S. Ambrosio, es una gracia para el pecador. Sentir el remordimiento y escucharlo prueba que la conciencia no está enteramente apagada. El que siente su herida, desea la curación y toma remedios. Donde no se siente el mal, no hay esperanza de vida”. Cf. 27, 5 y Si. 40, 8 y nota.

31. Jesús se refiere a los dos casos extremos, y no indica ningún caso donde el que promete cumpla. Si añadimos a esto el tremendo fracaso de Pedro en sus promesas, que Dios quiso recalcarnos reiterándolo en los cuatro Evangelios (Mt. 26, 35; Mc. 14, 29; Lc. 22, 33; Jn. 13, 37), parece descubrirse aquí, con un carácter notablemente general, la falla de los que prometen y la doblez de los que se nos presentan melosamente (Si. 12, 10; 27, 25 ss., etc.). Aquí, claro está, el que promete cree ser sincero en el momento, como lo fue Pedro. La enseñanza estaría precisamente en prevenirnos que esa actitud de prometerle a Dios encierra en sí muchísimas veces una falacia, revelando una presunción que Él confunde, porque es vano ofrecer semejante anticipo a Quien está viendo que mañana tal vez ya no viviremos (St. 4, 14 s.), y que es el Único en saber si seremos o no fieles puesto que sólo Él puede darnos la gracia de la fidelidad. De ahí que la actitud de verdadera fidelidad, lejos de prometer a Dios, implora de Él su sostén. Entonces sí que la fidelidad es segura, precisamente porque desconfía de sí misma y sólo se apoya en Dios. Tal ha de ser, pues, el espíritu de todo verdadero propósito de enmienda.

34 ss. Los viñadores representan al pueblo judío que rechazó al Mesías y, por eso, fue desechado. El “hijo del dueño de casa” es Jesucristo; los “criados” son los profetas y los apóstoles. Esta parábola nos enseña también a nosotros que el privilegio del don de Dios no se entrega sin grandísima responsabilidad. Véase Rm. 11, 17 ss.

42 ss. Véase Sal. 117, 22; Is. 28, 16; Rm. 9, 33; 1 Pe. 2, 7. El primer caso del v. 44 es Israel (cf. Lc. 2, 34). El segundo, los gentiles. Cf. Dn. 2, 45.

MATEO 22

14. También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus “siervos”, los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena (Lc. 14, 24). Los “otros siervos” son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel (Lc. 13, 6 ss.), durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y “todo estaba a punto” (v. 4; Hch. 3, 22; Hb. 8, 4 y notas). Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga (Hch. 28, 25 ss.) y luego “quemada la ciudad” de Jerusalén (v. 7), los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios (Rm. 11, 30). El hombre que no lleva vestido nupcial es aquel que carece de la gracia santificante, sin la cual nadie puede acercarse al banquete de las Bodas del Cordero (Ap. 19, 6 ss.). Cf. 13, 47 ss. y notas.

17. César: los emperadores romanos, de los cuales los judíos eran tributarios.

21. Con estas palabras Jesús nos enseña a obedecer a las autoridades y pagar los impuestos, porque el poder de aquéllos viene de Dios. Véase Lc. 20, 25 y nota; Rm. 13, 1-7.

24 ss. Véase Dt. 25, 5-6. Se trata aquí de la ley del levirato, según la cual el hermano del que moría sin hijos, había de casarse con la viuda. Los saduceos ponen esta pregunta, no porque fuesen observantes ejemplares de la Ley, sino para mofarse de la resurrección de los muertos.

29. ¡Erráis Por no entender las Escrituras! ¿No es éste un reproche que hemos de recoger todos nosotros? Pocos son, en efecto, los que hoy conocen la Biblia, y no puede extrañar que caiga en el error el que no estudie la Escritura de la Verdad, como tantas veces lo enseña Jesús, y tanto lo recuerdan los Sumos Pontífices al reclamar su lectura diaria en los hogares. Cf. v. 31; 21, 42; Jn. 5, 46 y nota.

32. Es de notar que aún no se había anunciado aquí la resurrección de 27, 52 s.

37 ss. Véase Dt. 6, 5; Lv. 19, 18; Mt. 7, 12; Rm. 13, 9 s.; 5, 14; St. 2, 8; Si. 13, 19.

44. Véase Sal. 109, 1 y nota. Es la dable naturaleza de Cristo, quien como hombre es hijo de David, pero en cuanto Dios es su Señor. Jesús proclama así claramente la divinidad de su Persona como Hijo eterno y consubstancial del Padre.

MATEO 23

5. En las filacterias o cajitas de cuero, sujetas con correas a la frente y a los brazos, llevaban los judíos pergaminos o papeles en que estaban escritos algunos pasajes de la Ley. Los fariseos formulistas habían exagerado esta piadosa práctica, destinada a tener siempre a la vista la Palabra de Dios. Véase Dt. 6, 8; 22, 12.

8. Véase 20, 25 ss. Cf. Col. 2, 8 y nota; Ap. 2, 6 y nota.

11. Meditemos esto en Lc. 22, 27 y nota.

12. Es la doctrina del Magníficat (Lc. 1, 52; 14, 11; 18, 14).

13. Cf. 11, 12; Lc. 11, 52 y notas.

14. El versículo 14 falta en los mejores códices.

15. Hacer un prosélito: convertir a un gentil a la religión judía. Había dos clases de prosélitos, según recibiesen o no la circuncisión: los prosélitos de la puerta y los de la justicia. Jesús enseña aquí que no siempre la mucha actividad es verdadero apostolado, si no está movida por la fe viva que obra por la caridad (15, 8; Jn. 4, 23; Ga. 5, 6; 1 Co. 3, 12-15). Sobre la gehenna véase 5, 22 y nota.

23. Los judíos tenían que dar los diezmos de les frutos al Templo. Pero esto no bastaba a los fariseos: ellos, por pura vanagloria, extendían los diezmos a las hierbas insignificantes que cultivaban en sus huertos. Por lo cual, pretendiendo tener méritos, muy al contrario, se acarreaban el juicio. Por eso S. Crisóstomo llama a la vanagloria “madre del infierno”. S. Basilio dice: “Huyamos de la vanagloria, insinuante expoliadora de las riquezas espirituales, enemiga lisonjera de nuestras almas, gusano mortal de las virtudes, arrebatadora insidiosa de todos nuestros bienes”. Véase 6, 1 ss. y notas.

25 s. Este espíritu de apariencia, contrario al Espíritu de verdad que tan admirablemente caracteriza nuestro divino Maestro, es propio de todos los tiempos, y fácilmente lo descubrimos en nosotros mismos. Aunque mucho nos cueste confesarlo, nos preocuparía más que el mundo nos atribuyera una falta de educación, que una indiferencia contra Dios. Nos mueve muchas veces a la limosna un motivo humano más que el divino, y en no pocas cosas obramos más por quedar bien con nuestros superiores que por gratitud y amor a nuestro Dios. Cf. 1 Co. 6, 7 y nota. En el v. 26 Jesús nos promete que si somos rectos en el corazón también las obras serán buenas. Cf. Pr. 4, 23.

27. Según la costumbre judía se blanqueaban todos los años las partes exteriores de los “sepulcros”, para que los transeúntes los conociesen y no contrajesen impureza legal al tocarlos. Cf. Hch. 23, 3. En Lc. 11, 44 la figura es inversa. Cf. 7, 15 y nota.

35. Este Zacarías no puede ser idéntico con el profeta del mismo nombre. S. Jerónimo cree que Jesús alude a aquel Zacarías que fue muerto por Joás (2 Cro. 24, 21) y cuyo padre se llamaba Joiada.

39. “Las palabras hasta que digáis aluden, según los mejores intérpretes, a la vuelta de Cristo como juez y a la conversión de los judíos. Cf. Rm. 11, 25 ss. Reconociendo en Él a su Redentor lo saludarán entonces con la aclamación mesiánica: Bendito, etc. Cf. 21, 9; Sal. 117, 26” (Fillion). “Si no estuviéramos seguros de que el discurso fue pronunciado después del día de Ramos (21, 9), veríamos en él una profecía de las aclamaciones de Betfagé y del Monte de los Olivos. Pero el discurso es ciertamente posterior. Tenemos, pues, aquí el primer anuncio, aun impreciso de esa misteriosa Parusía de que va a tratarse en los capítulos siguientes y que no es otra que la Venida gloriosa del Hijo del Hombre al fin de los tiempos” (Pirot). En otra ocasión formuló Jesús este mismo anuncio en su imprecación contra Jerusalén (Lc. 13, 35). Cf. 24, 30 y nota.

MATEO 24

4 ss. Para comprender este discurso y los relatos paralelos en Mc. 13 y Lc. 21, hay que tener presente que según los profetas los “últimos tiempos” y los acontecimientos relacionados con ellos que solemos designar con el término griego escatológicos, no se refieren solamente al último día de la historia humana, sino a un período más largo, que Sto. Tomás llama de preámbulos para el juicio o “día del señor”, que aquél considera también inseparable de sus acontecimientos concomitantes. (Cf. 7, 22 y nota). No es, pues, necesario que todos los fenómenos anunciados en este discurso se realicen juntos y en un futuro más o menos lejano. Algunos de ellos pueden haberse cumplido ya, especialmente teniendo en cuenta el carácter metafórico de muchas expresiones de estilo apocalíptico (cf. 1 Co. 6, 2 s. y nota). Por su parte, S. Agustín señala en una fórmula cuatro sucesos como ligados indisolublemente: la Venida. de Elías (cf. 11, 14 y nota; Ap. 11); la conversión de los judíos (cf. 23, 39; Jn. 19, 37; Rm. 11, 25 ss., etc.); la persecución del Anticristo (2 Ts. 2, 3 ss.; Ap. 13 y notas), y la Parusía o segunda venida de Cristo.

5. Cf. Hch. 8, 9 y nota.

6. No es todavía el fin: El exegeta burgalés J. A. Oñate, que señala como tema central de este discurso la historia del Reino de Dios y sus relaciones con la Parusía, pone aquí la siguiente cita: “Las guerras, las turbulencias, los terremotos, el hambre y las pestes, que suelen ser sus consecuencias; los fenómenos cósmicos aterradores..., nos indican la proximidad de la Parusía, que pondrá fin a todos estos males. Los apóstoles no deben espantarse por nada de esto, sino saber que les aguardan en la evangelización del Reino otros muchos trabajos y sinsabores, en cuya comparación, los indicados no son más que el comienzo de los dolores” (v. 8). ¡Todos esos dolores estuvieron presentes en el sudor de sangre de Getsemaní!

12. Literalmente “de los muchos”, o sea de la gran mayoría (véase 20, 28 y nota). Nótese que Jesús, fundador de la Iglesia, no anuncia aquí su triunfo temporal entre las naciones, sino todo lo contrario. Cf. Lc. 18, 8; 2 Ts. 2, 1-12.

14. La predicación del Evangelio por todas las tierras la afirma ya el Apóstol de los Gentiles (Col. 1, 6 y 23; Rm. 10, 18), y no como hipérbole retórica, pues él conocía mejor que nosotros los caminos misioneros de los apóstoles, los cuales sin duda cumplían la orden de hacer discípulos en todos los pueblos (28, 19). Si los primeros cristianos tan ansiosamente esperaban la segunda Venida del Señor, como lo vemos en los discursos y las cartas de S. Pablo, de Santiago y de S. Pedro, es porque consideraban que este testimonio del Evangelio había sido dado a todas las naciones, según la condición puesta por Cristo. Las cosas cambiaron sin duda con el retiro de Israel (Hch. 28, 25 ss.) y hoy no podemos, como observa Pirot, “mantenernos en el horizonte estrecho de la ruina de Jerusalén”, sino llegar “hasta la ruina del mundo”.

15. Alusión a la profecía de Daniel (Dn. 9, 27; 11, 31; 12, 11). En 1 M. 1, 57 esta profecía se aplica a la profanación del Templo en tiempos de los Macabeos. Jesús enseña que volverá a cumplirse en los tiempos que Él anuncia. Algunos Padres la creían cumplida en la adoración de la imagen del César en el Templo en tiempos de Pilato o en la instalación de la estatua ecuestre de Adriano en ese mismo lugar. Otros Padres refieren este vaticinio a los tiempos escatológicos y al Anticristo. El que lee: Joüon añade las Escrituras. Tal es el sentido de estas palabras que, como observa Fillion, no son del Evangelista sino de Jesús, que las repite en Mc. 13, 14.

20 s. El cumplimiento total de la profecía sobre la destrucción de Jerusalén es una imagen de cómo se cumplirá también todo lo que Jesús profetizó sobre el fin de los tiempos. El historiador judío Flavio Josefo describe la devastación de la capital judía, que se verificó a la letra y tal como Jesús lo había profetizado, en el año 70 de la era cristiana.

23. Buzy, llamando la atención sobre el hecho de que Jesús habla constantemente en plural de falsos Mesías y de falsos profetas y nunca de un falso Mesías en singular o de un Anticristo, concluye: “que en la enseñanza de Jesús como en la de S. Juan (1 Jn. 2, 18-23) no hay un Anticristo individual; no hay sino una colectividad, poderosa y terrible, de anticristos”. Lo mismo observa dicho autor en su nota a 2 Ts. 2, 7.

24. Los elegidos se librarán del engaño porque al justo se le dará por defensa un juicio seguro (Sb. 5, 19). Cf. 2 Ts. 2, 10 ss. y nota.

28. Locución proverbial. Así como las águilas, así también los hombres acudirán volando al lugar donde esté Cristo (Maldonado). Véase 1 Ts. 4, 16 s.; Lc. 17, 37.

30. La señal del Hijo del Hombre: en general se cree que es la Cruz y que aparecerá el mismo día de la Parusía. Según las Constituciones Apostólicas, sería muchos días antes. Todas las tribus (cf. Ez. 36, 31; 37, 15 ss.): harán duelo, como dice el P. Lagrange, en cuanto esa señal les recordará la muerte de Cristo (cf. 23, 39; Jn. 19, 37; Ap. 1, 7; Za. 12, 10 s.). Pirot, en la gran edición reciente de la Biblia comentada, anota aquí: “Y ellos verán: notar la paronomasia. kópsontai... kai ópsontai: se lamentarán y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran aparato: este último rasgo es visiblemente tomado de Dn. 7, 13. De esta manera Jesús se identifica claramente con el Hijo del Hombre que, en la célebre visión del Profeta, es el fundador del Reino de Dios”.

31. Cf. Mc. 13, 27. Un poeta americano evoca esta gran trompeta en una poesía que titula “Canto de esperanza”, e invoca el retorno de Cristo, diciéndole con tanto fervor como belleza lírica:

Y en tu caballo blanco que miró el Visionario pasa. Y suene el divino clarín extraordinario.

¡Mi corazón será brasa de tu incensario!

Juntarán: el griego usa el mismo verbo que en 2 Ts. 2, 1: “episynáxusin”. Alude aquí el Señor al admirable rapto en su encuentro en las nubes que está prometido a nosotros los vivientes “que quedemos” (1 Ts. 4, 17). Cf. 1 Co. 15, 51; 2 Ts. 2, 1; Hb. 10, 25. Del cielo: es de notar que no dice de la tierra (cf. v. 30). Estos parecen ser los que el v. 28 llama las águilas. Véase Mc. 13, 27 y nota.

32. El árbol de la higuera (Lc. 21, 29) es figura de Israel según la carne (21,19; Mc. 11, 13), a quien se dio un plazo (Lc. 13, 8) para que antes de la destrucción de Jerusalén creyese en el Cristo resucitado que le predicaron los apóstoles (cf. Hb. 8, 4 y nota). Pero entonces no dio fruto y fue abaldonado como pueblo de Dios. Cuando empiece a mostrar signos precursores del fruto sabremos que Él está cerca. Las grandes persecuciones que últimamente han sufrido los judíos (cf. Za. 13, 8; Ez. 5, 1-13), los casos singulares de conversión, la vuelta a Palestina y al idioma hebreo, etc., bien podrían ser señales, aunque no exclusivas, que no hemos de mirar con indiferencia. Véase Lc. 21, 28.

34. La generación ésta: según S. Jerónimo, aludiría a todo el género humano; según otros, al pueblo judío, o sólo a los contemporáneos de Jesús que verían cumplirse esta profecía en la destrucción de la ciudad santa. Fillion, considerando que en este discurso el divino Profeta se refiere paralelamente a la destrucción de Jerusalén y a los tiempos de su segunda Venida, aplica estas palabras en primer lugar a los hombres que debían ser testigos de la ruina de Jerusalén y del Templo, y en segundo lugar a la generación “que ha de asistir a los últimos acontecimientos históricos del mundo”, es decir, a la que presencie las señales aquí anunciadas (cf. Lc. 21, 28). En fin, según otra bien fundada interpretación, que no impide la precedente, “la generación ésta” es la de fariseos, escribas y doctores, a quienes el Señor acaba de dirigirse con esas mismas palabras en su gran discurso del capítulo anterior (23, 36). Véase la nota a Lc. 21, 32.

36. El Padre solo: Cf. Mc. 13, 32 y nota.

42. Es indispensable velar para poder “estar en pie ante el Hijo del Hombre” (Lc. 21, 34-36); hay que luchar constantemente por la fidelidad a la gracia contra las malas inclinaciones y pasiones, especialmente contra la tibieza y somnolencia espiritual (Ap. 3, 15 s.). Tenga cuidado de no caer el que se cree firme (1 Co. 10, 12). “Marcháis cargados de oro, guardaos del ladrón” (S. Jerónimo). Cf. 25, 1 ss. y nota.

44. A la hora que no pensáis, etc.: Es, pues, falso decir: Cristo no puede venir en nuestros días. La venida de Cristo no es un problema matemático, sino un misterio, y sólo Dios sabe cómo se han de realizar las señales anunciadas. En muchos otros pasajes se dice que Cristo vendrá como un ladrón, lo cual no se refiere a la muerte de cada uno, sino a Su Parusía (1 Ts. 5, 2 s.; 2 Pe. 3, 10; Ap. 3, 3; 16, 15).

45. Jesús pone esta pregunta no porque no conociera al siervo fiel y prudente, sino para mostrar cuán pocas veces se hallan estas cualidades (S. Crisóstomo). El sentido de este pasaje se ve más claro en Lc. 12, 41.

47. Véase Lc. 12, 37. Toda su hacienda: En sentido espiritual; las almas (Jn. 10, 29 y nota). Es una promesa análoga a la de 16, 19; Lc. 19, 17; 22, 30.

49. Cf. Lc. 12, 45 ss.; 1Pe. 5, 1 ss.

MATEO 25

1 ss. Esta parábola, como la anterior, quiere enseñarnos la necesidad de estar siempre alerta, porque nadie sabe el día ni la hora del advenimiento de Cristo. Del esposo: La Vulgata añade: “y de la esposa”. El texto griego se refiere solamente al esposo, lo que cuadra mejor con las costumbres hebreas, porque las vírgenes solían estar con la novia, y junto con ella esperaban la venida del esposo acompañado de sus amigos. En cuanto a la explicación de la parábola, advierte ya S. Jerónimo que las diez vírgenes simbolizan a todos los cristianos. “La espera es el período que precede a la segunda venida del Salvador; su venida es la Parusía gloriosa; el festín de la felicidad del Reino de los cielos... Los fieles que no están preparados a la venida de Cristo serán eliminados de la beatitud parusíaca... El momento de la Parusía es capital... y hay que tener siempre a mano la provisión de aceite” (Pirot). En efecto, la lámpara sin aceite es la fe muerta que se estereotipa en fórmulas (15, 8). La fe viva, que obra por amor (Ga. 5, 6), es la que produce la luz de la esperanza que nos tiene siempre en vela; lo que no se ama no puede ser esperado pues no se lo desea. S. Pedro enseña que esa lámpara o antorcha con que esperamos a Jesús en estas tinieblas es la esperanza que nos dan las profecías basta que amanezca el día cuando Él venga (2 Pe. 1, 19). David enseña igualmente que esa luz para nuestros pies nos viene de la Palabra de Dios (Sal. 118, 105), la cual, dice S. Pablo, debe permanecer abundantemente en nosotros, ocupando nuestra memoria y nuestra atención (Col. 3, 16), para que no nos engañe este siglo malo (Ga. 1, 4). El sueño –que no es aquí reproche, pues todas se durmieron– representa, dice Pirot, lo imprevisto y súbito de la Parusía, de modo que la lámpara de nuestra fe no se mantendrá iluminada con la luz de la amorosa esperanza, si no tenemos gran provisión del aceite de la palabra, que es lo que engendra y vivifica la misma fe (Rm. 10, 17).

14. El hombre que va a otro país, es imagen de Jesucristo que sube al cielo, desde donde volverá a juzgar a los vivos y a los muertos (1 Pe. 4, 5 ss.). Los criados somos nosotros. Los talentos son los dones que Dios nos regala como Padre y Creador, como Hijo y Redentor, y como Espíritu Santo y Santificador. Pero los dones o cantidades son distintos, como los servicios que tenemos que prestar. Lo que Dios exige es solamente nuestra buena voluntad para explotar sus dones, de modo que la fe obre por la caridad (Ga. 5, 6).

15. A cada cual según su capacidad: es decir, su capacidad receptiva. María enseñó que la abundancia será para los hambrientos (Lc. 1, 53; cf. 1 Re. 2, 5; Sal. 33, 11), por lo cual es de pensar que aquí también se da más al que tiene menores fuerzas, o sea al que menos alardea de ellas, ya que toda nuestra fuerza nos viene de Él (Jn. 15, 5; cf. Lc. 18, 9 ss.). Recordemos que el aceite de la viuda se detuvo cuando no hubo más vasos vacíos (2 R. 4, 6).

29. Frase de hondo sentido espiritual: Los que aprovechan la gracia, no solamente la guardan, sino que crecen en ella y son recompensados con nuevos dones.

32. Todas las naciones: “Como en las grandes asambleas apocalípticas que presentan los profetas (Jl. 3, 2 y 9; Za. 14, 2)” Pirot. Cf. 3, 10 ss. y nota.

34. Venid... tomad: Sto. Tomás hace notar que parece extraño decir esto a los justos salvados ya mucho antes. Es que el alma sola no es toda la persona. Cf. Lc. 21, 28 y nota.

35. Vemos así que el amor es un mandamiento obligatorio que encierra todos los demás mandamientos; es la “plenitud de la Ley”, según la cual sentenciará el Juez (Rm. 13, 10; Ga. 5, 14 ss.).

40. A mí lo hicisteis: es la doctrina divinamente admirable del Cuerpo Místico (cf. 10, 40; 18, 5; Hch. 9, 10). Así también lo hecho a Él es hecho a nosotros. Cf. Rm. 6, 4; Ga. 2, 19 ss.; Ef. 2, 6; Fil. 3, 10 s.; Col. 3, 3 s.

MATEO 26

9. Los apóstoles tenían caja común para satisfacer las necesidades de la vida y dar limosnas a los pobres.

13. En el sentir de la mayoría de los intérpretes, esta mujer era María de Betania, hermana de Lázaro, en tanto que S. Jerónimo y muchos otros se pronuncian contra esta identificación. Véase Mc. 14, 3-9; Lc. 7, 37; Jn. 11, 2; 12, 1-8.

14. Iscariote, es decir, hombre de Kariot, que significa aldea y es también el nombre propio de una población de Idumea. Véase la profecía de Abdías que es toda contra Edom. Cf. v. 24; Sal. 59, 11; 75, 11; Is. 63, 1 ss.; Ha. 3, 3; Ap. 19, 13 ss.

17. Los ázimos son panes sin levadura, que los judíos comían durante la Octava de la Fiesta de Pascua. El día era un jueves, ese mismo en que ellos anticipadamente debían comer el cordero pascual (Lc. 22, 8; Jn. 18, 28 y nota).

25 Tú lo has dicho: Jesús pronunció estas palabras en voz baja, de modo que los otros discípulos no las entendieron, como se ve en Jn. 13, 28-29. La traición de Judas no es solamente fruto de su avaricia, sino también de la falsa idea que tenía del Mesías. Para él un Mesías humilde y doliente era un absurdo, porque no comprendía que Jesús quiso poner a prueba la fe de sus discípulos, con su humildad, que también estaba anunciada por los profetas lo mismo que los esplendores de su reino (Is. 49, 7 s.; 53, 1 ss.; 61, 1 ss.). Véase Lc. 24, 46 y nota.

26. Cf. Lc. 22, 20 y nota. Merk cita aquí Ex. 24, 8; Jr. 31, 31; Za. 9, 11; Hb. 9, 12 y 20. El texto de Jeremías es el que S. Pablo reproduce ampliamente en Hb. 8, 8 ss., donde trata del sacerdocio de Cristo. Véase Mc. 14, 14 y nota. La Iglesia Católica Apostólica Romana profesa la fe de que, diciendo: “éste es el cuerpo mío”, Jesús convirtió la substancia del pan en su Cuerpo, así como después la substancia del vino en su Sangre. Con esto no sólo quedó instituido el sacramento de la Eucaristía, sino también El sacrificio de la Santa Misa, en que Jesús se ofrece constantemente al Padre. Véase los lugares paralelos.

31. Cf. v. 56 y nota; Jn. 16, 32; Za. 13, 7.

35. Dios nos deja en este pasaje una lección insuperable de desconfianza en nosotros mismos. Cf. v. 75; 21, 28 ss. y notas.

36. Que ellos se sienten, mientras Él va a postrarse en tierra. Lo que sigue muestra cómo respondieron ellos... y nosotros.

42. Esto es: quiero que tu voluntad de salvar a los hombres, para lo cual me enviaste (Jn. 6, 38-40), se cumpla sin reparar en lo que a Mí me cueste. Ya que ellos no aceptaron mi mensaje de perdón (Mc. 1, 15; Jn. 1, 11; Mt. 16, 20 y nota), muera el Pastor por las ovejas (Jn. 10, 11 y nota). Aquí se ve la libre entrega de Jesús como víctima “en manos de los hombres” (17, 12 y 22) para que no se malograse aquella voluntad salvífica del Padre. ¿Acaso no le habría Éste mandado al punto más de doce legiones de ángeles? (v. 53). “Esta voz de la Cabeza es para salud de todo el cuerpo porque es ella la que ha instruido a los fieles, inflamado a los confesores, coronado a los mártires” S. León.

45. ¿Dormís ahora y descansáis? Véase Mc. 14, 41 y nota.

50. No le pregunta Jesús a qué ha venido, sino que le manifiesta conformidad con que lleve adelante su propósito, como cuando le dijo: lo que haces, hazlo cuanto antes (Jn. 13, 27).

51 s. Fue S. Pedro (Jn. 18, 10). Cf. Gn. 9, 6; Ap. 3, 10 y nota.

53. Véase v. 42 y nota. La bondad del divino Maestro no excluye a Judas (v. 50). Cf. Jn. 13, 27.

54. Véase Is. 53, 7-10.

56. ¡Todos! Véase Mc. 14, 50 y nota. Es muy digno de observar el contraste entre esta fuga y la escena precedente (v. 51-54). Allí vemos que se intenta una defensa armada de Jesús, es decir, que si Él la hubiese aceptado, obrando como los que buscan su propia gloria (Jn. 5, 43), los discípulos se habrían sin duda jugado la vida por su caudillo (Jn. 11, 16; 13, 37). Pero cuando Jesús se muestra tal cual es, como divina Víctima de la salvación, en nuestro propio favor, entonces todos se escandalizan de Él, como Él se lo tenía anunciado (v. 31 ss.), y como solemos hacer muchos cuando se trata de compartir las humillaciones de Cristo y la persecución por su Palabra (13, 21). Algo análogo había de suceder a Pablo y Bernabé en Listra, donde aquél fue lapidado después de rechazar la adoración que se les ofrecía creyéndolos Júpiter y Mercurio (Hch. 14, 10-18).

60. Eran dos falsos testigos, que tampoco estaban acordes en su testimonio, como vemos en Mc. 14, 59.

65. La blasfemia consiste, a los ojos de los sanhedrinitas, en el testimonio que Jesús da de Sí mismo, confesando la verdad de que Él es el Hijo de Dios. Cf. Lv. 24, 16.

75. Pedro cayó, porque presumió de sus propias fuerzas, según se lo advirtió el mismo Cristo. Si hubiera pensado, como David, que sólo la gracia nos da la constancia y fortaleza, no habría caído ciertamente.

MATEO 27

5. Mientras Pedro llora contrito, Judas se suicida, porque le falta la confianza en la misericordia de Dios, que a todos perdona. Es la diferencia entre el solo remordimiento, que lleva. a la desesperación, y el arrepentimiento, que lleva al perdón. Cf. 21, 28 y nota.

9. Véase Za. 11, 12 s.; Jr. 32, 6 ss.

18. Por envidia: se refiere a los sacerdotes (Mc. 15, 10), contra cuya maldad apelaba Pilato ante el pueblo. Marcos (15, 11) reitera lo que aquí vemos en el v. 20 sobre la influencia pérfida con que aquéllos decidieron al pueblo, que tantas veces había mostrado su adhesión a Jesús, a servirles de instrumento para saciar su odio contra el Hijo de Dios, hasta el punto de persuadirlo a que lo pospusiese a un criminal (Lc. 23, 18; Jn. 18, 40). San Pedro recuerda al pueblo esta circunstancia en Hch. 3, 14-17.

19. Según una tradición piadosa, se llamaba Claudia Prócula. La Iglesia griega la venera como santa.

24. Pilato dice este justo, confesando así públicamente la inocencia de Jesús; y sin embargo, lo condena a morir en una cruz. Vemos aquí el tipo del juez inicuo, que por política y cobardía abusa de su poder y viola gravemente los deberes de su cargo. Sus vacilaciones se prolongan por largo rato; pero puede más lo que él cree su interés, que la voz de su conciencia y la previsión de su mujer (v. 19). Véase Mc. 15, 2 ss.; Lc. 23, 3 ss.; Jn. 18, 33 ss.

27. Nótese que no son obra directa del pueblo judío, como suele creerse, las atrocidades cometidas en la Pasión de Cristo. Los que azotan a la divina Víctima, le colocan la corona de espinas, le escarnecen y le crucifican son los soldados romanos (Jn. 19, 2 ss.), a cuya autoridad Jesús había sido entregado por los jefes de la Sinagoga (v. 18 y nota).

32. Esta obra de caridad valió a Simón la gracia de convertirse. Murió, según una antigua tradición cristiana, como Obispo de Bosra. Sus hijos Alejandro y Rufo aparecen en el Evangelio de San Marcos como cristianos (Mc. 15, 21). Cf. Rm. 16, 13.

35. Cf. Sal. 21, 19. Los que lo crucificaron... “El Evangelio está hecho para poner a prueba la profundidad del amor, que se mide por la profundidad de la atención prestada al relato: porque no hay en él una sola gota de sentimentalismo que ayude a nuestra emoción con elementos de elocuencia no espiritual. Por ejemplo, cuando llegan los evangelistas a la escena de la crucifixión de Jesús, no solamente no la describen, ni ponderan aquellos detalles inenarrables, sino que saltan por encima, dejando la referencia marginal indispensable para la afirmación del hecho. Dos de ellos dicen simplemente: Y llegaron al Calvario donde lo crucificaron. Otro dice menos aún: Y habiéndolo crucificado, dividieron sus vestidos. ¡Y cuidado con pensar que hubo indiferencia en el narrador! Porque no sólo eran apóstoles o discípulos que dieron todos, la vida por Cristo, sino que es el mismo Espíritu Santo quien por ellos habla”.

45. Hora sexta: mediodía. Hora nona: a media tarde.

46. Véase Sal. 21, 2; Mc. 15, 34 y nota.

51. Según S. Jerónimo, al rasgarse milagrosamente el velo del Templo que separaba el “Santo” del “Santo de los Santos”, Dios quiso revelar que los misterios antes escondidas iban a ser en Cristo manifestados a todos los pueblos. Según S. Pablo, el velo figuraba la carne de Cristo que al romperse nos dio acceso al Santuario Celestial (Hb. 6, 19; 9, 3; 10, 20-22).

52 s. “El abrirse los sepulcros tuvo sin duda relación con el terremoto y con el hendirse de las rocas, y se efectuó a la vez que estos dos fenómenos. En cuanto a la resurrección de los muertos, estuvo indudablemente relacionada con su aparición en la ciudad, lo cual aconteció después de haber resucitado Jesucristo. Estos “santos” eran justos insignes del Antiguo Testamento, venerados de manera especial de los judíos, de los contemporáneos de Jesucristo y de aquellos a quienes se aparecieron, y fallecidos con la fe puesta en el Redentor prometido. Su resurrección, etc. (v. 53) tenía por objeto dar fe de la de Cristo en Jerusalén y hacer patente que mediante la muerte redentora de Jesucristo había sido vencida la muerte, y que su gloriosa Resurrección encerraba la prenda segura de la nuestra. Cf. Hb. 2, 14 s.; Jn. 5, 25; 11, 25 s.; 1 Co. 15, 14-26 y 54 s.; Col. 1, 18; 2, 15; 1 Pe. 1, 3 y 21; Ap. 5, 5” (Schuster Holzammer). Véase la nota 1 Co. 15, 26. A estos santos parece referirse S. Ignacio de Antioquía cuando dice: “Cómo podríamos nosotros vivir fuera de Él, a quien hasta los profetas, sus discípulos en espíritu esperaban como a su Maestro. Por eso Él, después de su venida –por ellos justamente esperada– los resucitó de entre los muertos” (carta a los Magnesios 9).

57. José de Arimatea se atreve a ser partidario de un ajusticiado, colocándolo en su propio sepulcro, para dar a entender a todos que Él era inocente. El noble senador, que no había consentido en la condenación de Jesús (Lc. 23, 51), es el modelo del cristiano intrépido que confiesa su fe sin cálculos humanos.

59 s. Entierro anunciado en Is. 53, 9.

62. Preparación, en griego “Parasceve”. Así se llamaba el viernes, por ser el día en que hacían los preparativos para el sábado.

66. Estas precauciones que tomaron los sacerdotes y fariseos nos han proporcionado un testimonio muy valioso en favor de la resurrección del Señor. Porque esta misma guardia tuvo que confesar que Cristo había resucitado (28, 11).

MATEO 28

1. La otra María: la madre de Santiago el Menor (27, 56). Su marido se llamaba Cleofás o Alfeo.

5. Notemos la lección del ángel: el que busca a Jesús nada tendrá que temer, ni aun frente a un terremoto como aquél. Así será en “el último día”. Véase 1 Ts. nn, 2-4; Lc. 21, 36; Sal. 45, 3.

13. El fracaso de los argumentos contra la Resurrección es más que evidente: recurren a “testigos dormidos”. “¡Oh infeliz astucia!, exclama S. Agustín; cuando estaban durmiendo, ¿cómo pudieron ver? Si nada vieron, ¿cómo pueden ser testigos?”.

19. Véase 10, 6 y nota.

20. Enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado: Las enseñanzas de Jesús fueron completadas, según lo anunciara Él mismo (cf. Jn. 16, 13), por el Espíritu Santo, que inspiró a los apóstoles los demás Libros sagrados que hoy forman el Nuevo Testamento. De esta manera, según se admite unánimemente (cf. 1 Tm. 6, 3 y 20), la Revelación divina quedó cerrada con la última palabra del Apocalipsis. “Erraría, pues, quien supusiese que ésta (la jerarquía) estuviera llamada a crear o enseñar verdades nuevas, que no hubiere recibido de los apóstoles, sea por la tradición escrita en la Biblia, sea por tradición oral de los mismos apóstoles”. Se entiende así cómo la Jerarquía eclesiástica no es, ni pretende ser, una nueva fuente de verdades reveladas, sino una predicadora de las antiguas, según aquí ordena Cristo, de la misma manera que la misión del tribunal superior encargado de interpretar y aplicar una carta constitucional, y de una universidad encargada de enseñarla, no es la de crear nuevos artículos, ni quitar otros, sino al contrario, guardar fielmente el depósito, de modo que no se disminuya ni se aumente. De ahí, como lo dice Pío XII, la importancia capitalísima de que el cristiano conozca en sus fuentes primarias ese depósito de la Revelación divina, ya que, según declara el mismo Pontífice, “muy pocas cosas hay cuyo sentido haya sido declarado por la autoridad de la Iglesia, y no son muchas más aquellas en las que sea unánime la sentencia de los santos Padres” (Enc. “Divino Afflante”).